Como escuchaba esta mañana en un video de Alejandro Jodorowski, me gusta cumplir años, “porque
el tiempo disuelve lo superfluo y conserva lo esencial”; sin embargo, no siempre fue así…Hace muchos años,
cuando vivía mi Doncella más rebelde, carente de información sobre mi ciclo menstrual, carente del soporte necesario para transmutar mi rabia en amor, sin vislumbrar ni un rayito de claridad en mi caos interno, vivía obsesionada con la apariencia de mi cuerpo... pasaba tres horas diarias en un gimnasio y, aunque pesaba cincuenta kilos con un metro setenta de estatura, me veía gorda.
No sufría anorexia... ni bulimia...
sufría desamor... sufría desconocimiento. Y digo sufría, porque era doloroso y el dolor estaba cargado de odio hacia mi cuerpo, hacia mi menstruación, hacia el irremediable hecho de haber nacido mujer… tal es así, que cuando llegué a mis dieciséis años, tomé la firme decisión de que, si no me moría a los cuarenta, me iba a quitar la vida. No bromeo. No exagero. Fue así. Me miré en el espejo y me dije a mi misma, que no iba a vivir para ver cómo se deterioraba mi cuerpo, cómo me salían canas y cómo se marchitaba mi piel. Tan firme estaba en mi decisión, que incluso sentía que a los cuarenta, mi vida iba a terminar por sí misma. Es triste, lo sé. Y
triste me sentía yo.
Pero pocos años después, una lucecita apareció en mi camino... una chispita de magia que se mantuvo allí, brillando y parpadeando hasta en los momentos de mayor oscuridad. No digo que de la noche a la mañana todo hubiera cambiado, no. Ha pasado mucho tiempo y he pasado todos estos años (la mitad de mi vida ya), buscando respuestas, haciendo preguntas, escogiendo ahora un camino, ahora otro camino y así, pasito a pasito, me he ido conduciendo a mi misma
hasta este momento en el que le doy la bienvenida a mis cuarenta años con plena lucidez, consciencia y sobre todo, amor. Un amor que se hace cada día más grande hacia la vida, hacia mí misma, hacia mi cuerpo. Un amor que crece y crece, y agradece cada día a mi madre y a mi padre, el regalo de la vida. Un amor que va cubriendo cada vez más terreno, rellenando agujeros, alumbrando como el sol de la mañana, que va despejando las tinieblas, iluminando todo, para hacerlo aún más bello…
Entro y doy un paso hacia este mágico número que simboliza para mi, la entrada en la Hechicera de mi Vida. Y la abrazo. Me abrazo. Y desde aquél último temazcal que cerró un ciclo y abrió otro, dejé caer el miedo a que aquél veredicto que me impuse a mi misma, se hiciera realidad.
Porque confío en que veinte años de búsqueda interior, de sanación y crecimiento, me han enraizado profundo en la Tierra y me siento tan plena en mi vida, que cada día suelto, a la vez, un poco más el miedo a la muerte.
Porque el ciclo de vida-muerte-vida que me trae la luna cada mes, me enseña todo lo que necesito saber para seguir creyendo en la magia de la vida y en las posibilidades infinitas de la muerte.
Gabriela AngueiraWeb:
https://www.tierradelunas.com/