Un varón o una mujer de aproximadamente 65 o 70 kg, puede metabolizar un trago en 90 minutos. Para alcanzar la saturación (0,1 por ciento) tiene que haber ingerido 5 cervezas antes de dos horas. Las consecuencias son dificultades en el habla y en el equilibrio corporal. Si estas dosis son ingeridas en un espacio breve de tiempo, el nivel de alcohol sube al 0,2 por ciento y sus efectos se extienden a la parte media del cerebro. Las consecuencias son, descontrol emocional y gran somnolencia.
Si el nivel de ingesta de alcohol se eleva al 0,3 por ciento, se pierde la capacidad de reacción y movimiento.
El hígado puede metabolizar el alcohol a una velocidad de siete gramos por hora. El alcohol contenido en dos vasos de vino de 100 gramos, circula entre tres y cinco horas antes de disgregarse. Cuanto más se bebe mas tarde el organismo en liberar el alcohol.
El consumo excesivo de alcohol, trastoca la capacidad del estómago de transferir alimentos a los intestinos, por lo que los bebedores sienten aversión a la comida. Este síntoma sumado a los anteriores, potencia el debilitamiento general del bebedor, imposibilitando en este estado a tener una vida sexual.
Es indudable que el alcohol y el sexo no son compatibles en ningún sentido. Además de lo explicado anteriormente se han detectado con cierta frecuencia conductas que interactúan negativamente con cierta frecuencia en la relación sexual, como el desgaste de la relación de pareja, complicaciones de tipo agresivas, perdida de autocrítica, celos patológicos, etc.
Cuando el alcohol ataca hay que saber defenderse, no vale la pena perder las inmensas posibilidades de goce por un simple vaso de whisky. El exceso en sangre consume a las personas en forma desmedida y en victimas de disfunciones sexuales. Es incuestionable: sexo y alcohol son enemigos eróticos.
Gabriela Michoelsson (Sicóloga-Sexóloga)
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