La señorita hiena subió al taxi en White River Street, aquella noche, impactada por lo apuesto del conductor: un recio cimarrón.
Él observaba por el espejo, encontrándose con su inquieta mirada y risita nerviosa, que trataba de disimular bajo su abrigo de piel.
Se percató de que la cautivó por completo.
Conversaron como si se conocieran de toda la vida... o de otra vida.
Cada chispazo de su conversación, terminó encendiendo la lámpara.
Nunca se dijeron sus nombres, en ese mágico momento.
Para él esa noche era su última pasajera.
Aún así se dejó llevar por esa amorosa afinidad de sus almas, para invitarla a tomar un café en el bar de Flowers Street.
Autora: Jupiteriana