Lo que deja a una persona indefensa y vulnerable a ser penetrada por la culpa, no es que sea imperfecta, ni que cometa errores, ni que esté loca. La culpa ingresa en el sistema cuando se cae en la trampa de juzgar, criticar, enojarse, atacar, hacer sentir culpable, odiar, abandonar, hacer sentir que alguien no es valioso, que no merece, castigar y cosas por el estilo.
Lo mismo que los bullies (bravucones) le hacen a quien no hizo nada, el anzuelo de culpa permite (y estimula) hacérselas a alguien que hace algo “mal”, según el programa.
Como es binario, sin grises, el programa cataloga como “mal” toda imperfección, toda equivocación, todo error. Es muy importante tener claro que cuando alguien está manejado por el programa, él mismo cae indefectiblemente dentro de la categoría “mal”, ya que nadie, por mejor que sea, está libre de imperfecciones ni de errores. Todo aquel que tiene el programa, se siente siempre en infracción. Eso es así para asegurar que el anzuelo de la culpa enganche bien.
El primer “condenado” a sentirse culpable por el programa es quien lo tiene en su sistema.
Equivocarse puede acarrear consecuencias desagradables, pero es la culpa la que conduce a que la persona se enemiste con ella misma y se auto condene. Cuando se logra que alguien se sienta culpable, mal con él mismo, la persona sola se castiga a sí misma, como un perro que se pone en penitencia por haber mordido una zapatilla. Cuando alguien muerde el anzuelo de culpa, se vuelve manejable, controlable. El programa estimula a atacar la imperfección en los demás y a sentirse culpable con la propia.
Hay que reconocer que aunque sea una reliquia que nos acompaña desde tiempos bíblicos, el programa está muy bien hecho. Se comprende porqué eso es así cuando se recuerda que no está diseñado para ayudar a nadie,
sino para hacer que quienes lo tienen se sientan mal consigo mismos, sean débiles, inseguros, temerosos, manejables; que busquen siempre pero que no encuentren nunca.
Para lograr eso, es muy útil generar ambigüedad, inseguridad, falta de claridad, de manera que sin darse cuenta, la persona esté siempre en un estado crónico de sentirse en infracción. Eso se hace con comandos contradictorios ubicados en lugares diferentes.
El mismo programa que dice que hay que atacar el mal también dice “en otro lado”, que atacar está mal. En el marco de ese degradé donde las cosas son tan poco claras como el punto donde el día se transforma en la noche, se despliega la historia humana.
En un extremo de locura, el programa puede exigir ir a la guerra y matar para hacer “el bien”, y en otro extremo de locura, el mismo programa exige, también en nombre del “bien”, tolerar cualquier maltrato sobre uno mismo sin defenderse.
Una forma de ver la contradicción en funcionamiento es observar que aunque en cierto momento podemos babearnos hablando mal de alguien porque cometió una equivocación, no nos gusta que cuando nos equivocamos nosotros o un ser muy querido, hablen mal de nosotros.
La coexistencia de estos dos comandos contradictorios hace que quien critica, juzga, ataca, se enoja o habla mal de los demás, en el fondo se sienta siempre con culpa, por hacer algo que no le gustaría que le hagan a él. De esta manera tan ingeniosa, el programa engancha cuando la persona se equivoca, y engancha nuevamente cuando la persona condena las equivocaciones de los demás.
El ataque alimenta la culpa, y la culpa carcome la auto valoración y la autoestima.
La falta de auto valoración es el carísimo precio del ataque, el juicio, el enojo, etc. Tal precio se paga cuando se necesita amor y auto valoración para hacer algo que requiere tomarse molestias por uno mismo, como por ejemplo, para adelgazar o cambiar una mala conducta. Para tareas así, que requieren perseverancia, esfuerzo sostenido, aceptar nuevos límites para viejas malas costumbres, se necesita quererse y valorarse mucho a uno mismo.
Y si uno ha hecho cosas de las que no se siente orgulloso, a la hora de actuar, simplemente le faltará motivación, fuerza y sensación de merecimiento. El ataque, el juicio, el enojo, etc. dan una vuelta muy muy larga, que va desde sentir la embriaguez morbosa que producen al perpetrarlos, hasta la falta de auto valoración, de merecimiento, de motivación y de fuerzas para hacer cosas buenas por uno mismo.
Quien es capaz de ver todo ese círculo de una mirada, comprende lo tonto y auto destructivo que es atacar, enojarse, etc. y ya no se deja engañar más por esa tentación. Poco a poco, al no estar más identificado con la lógica auto destructiva, la persona deja de alimentar el ataque, hasta que finalmente, no lo hace más, quedando libre de ataque y llena de humildad y respeto por todo.
Dr. Leonardo Aronovitz
Médico, terapeuta, docente.aronovitz@adinet.com.uy
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