Un gran número de personas siente algún grado de insatisfacción con su vida sexual, pero no lo admite. Y al no reconocer que existe un problema, no se consigue resolverlo.
En estadísticas mundiales sobre la vida sexual de los individuos, sorprenden los números que hablan de hombres y mujeres con deseos sexuales inhibidos, con dificultades orgásmicas, insatisfechos con la frecuencia sexual, con relaciones de pareja conflictivas... en fin: con una vida sexual no placentera.
De hecho, habiendo pasado más de treinta años de la llamada "Revolución Sexual", seguimos sin hablar suficientemente con nuestra pareja acerca de nuestros deseos y necesidades sexuales. Más que nunca, se habla sobre sexo en televisión, por radio, las revistas muestran cientos de imágenes de alto contenido erótico... sin embargo, la inmensa mayoría de las parejas sigue sin hablar abiertamente del tema.
Lo primero es informarnos, preguntar, recurriendo a fuentes confiables. Eliminar mitos y tabúes, aún arraigados en la sociedad, que crean culpa y vergüenza. No quiere decir que tenemos que aprendernos el Kamasutra de pies a cabeza, pero sí saber más sobre nuestra sexualidad.
Si dejamos que los mitos interfieran sexualmente, nos volvemos torpes, reprimidos, inhibidos y no podremos distinguir cuándo un encuentro responde a la mera atracción sexual, al amor o a la necesidad de huir de la soledad.
Una vez que estamos bien informados, es importante conocer, investigar y descubrir nuestro cuerpo. ¿Qué me gusta? ¿Qué no me gusta? ¿Qué me excita? ¿Qué me atrae? ¿Dónde me gusta ser estimulada/o?
Para respondernos estas preguntas, tenemos que hacer una introspección real. Muchas mujeres, limitan sus posibilidades de goce, al afirmar: “si él quiere tener relaciones, entonces yo también", "si él no lo desea, yo no lo propongo", "si él quiere hacerlo en alguna posición, yo lo hago"... "yo no propongo, él tiene que saber cómo me gusta”... cuando les pregunto si existe un placer sexual individual, éste no existe: se vive todo en función de la pareja.
Es importante saber cómo pensamos, si nuestras ideas son propias o de nuestros padres, indagar un poco en nuestro pasado para poder entendernos, preguntarse cuestiones íntimas y responder sinceramente: ¿cómo fue la educación sexual que recibí? ¿cómo se hablaba de sexo en mi casa? ¿qué me dijeron y qué me ocultaron? ¿cuáles han sido mis miedos y temores? ¿los superé o aún se mantienen? ¿cuáles han sido mis buenas y malas experiencias sexuales? ¿me considero afortunada/o por la educación que recibí sobre el tema? ¿cuáles son mis traumas, represiones e inhibiciones? ¿cómo fue mi primera vez? ¿qué creo que es pecado? ¿qué realizo con culpa? ¿qué me impide ser libremente sexual? ¿qué me da placer hacer? ¿qué me impide la plenitud sexual?
Un objetivo importante, al respondernos todo esto, es poder conectarnos con el otro, contarle cuáles son nuestras necesidades y deseos, y escuchar al otro sin prejuzgar y sin ser críticos.
Mejorar nuestra vida sexual no depende de la suerte, de la belleza o del sex-appeal innato, sino de habilidades que las personas pueden adquirir y desarrollar.
Lic. Diana M. Resnicoff
Psicóloga Clínica. Sexóloga Clínica.
Tel: (54-11) 4831-2910
email: dresni@gmail.com
Bettina 28-02-2016
Mostrando: 1 de 1