Aunque resulte una paradoja, no hay peor soledad que la de uno mismo.
Esto es lo que me platea una paciente en consulta; se trata de María una señora adulta, que presenta cierta “depresión” por no poder contactarse con las cosas que la emocionan: “estoy como anestesiada, hago todo de manera automática” y lo peor “me acostumbré a ello”. “Ahora me doy cuenta que tuve una buena vida, que fui feliz, pero… no me dí cuenta”.
¿Qué verdad, no? Muchas veces nuestras experiencias placenteras, parecerían ser escenas de una película que nos moviliza una vez que pasó… a través del recuerdo. Es así que en el caso de María, y tantas otras Marías, siendo madre de dos hijos con una historia de vida feliz en general, pasó sin darse cuenta.
Así comenzamos a trabajar y reflexionar, juntas, sobre ese gran momento inicial del “darse cuenta que no me daba cuenta”, que tiene un doble sentido: por un lado se trata de un elemento sumamente valioso para trabajar, ya que se da cuenta, pero al mismo tiempo ocasiona una tristeza también especial porque el costo es, justamente, darse cuenta que el tiempo pasó, la vida nos mostró que perdimos el tiempo.
Qué movilizante este concepto de perder el tiempo, en una sociedad que nos marca que el tiempo es lo más valioso, y que no se puede perder el tiempo en cosas que no tengan un correlato económico, hay que producir, mejorar y superarse. En algún momento algo nos demuestra que debemos parar y “darnos cuenta”, ¿de qué? De lo que hicimos, lo que hacemos y lo que haremos en el tiempo que nos resta.
Al mirar atrás, a veces, saboreamos ese dejo amargo de lo placentero que fue una determinada experiencia (unas vacaciones, una etapa evolutiva, un empleo, un grupo de amigos, etc.) y no aprovechada en el momento.
El tiempo solo tiene valor si se lo considera en relación a un pasado o lo que seremos, pero, en general, nadie valora el tiempo presente. Este mismo minuto no tiene valor para ser considerado, sino en relación a lo que hice hace un rato, ayer, el año pasado, cuando era niño o lo que tengo que hacer a la noche, mañana, la semana que viene.
Esa movimiento hacia pasado-futuro, es el mecanismo que hace que desechemos el presente. Centramos nuestros pensamientos en la infancia, como etapa de la cual venimos para comprender (justificar) algunas conductas, para entender cómo somos y por qué somos de determinada manera.
A diario se escucha en la clínica comentarios “ con la madre que tuve, como querés que sea” “mis padres..” “mi familia me dio” o me quitó tal cosa, siempre la responsabilidad recae sobre nuestra etapa infantil. Luego, cuando encontramos un responsable, decimos que comprendimos y aceptamos nuestras fortalezas y debilidades, porque, claro, con esa historia necesariamente tenemos que ser el producto actual.
Pero no alcanza, hay que proyectarse a un futuro, y aquí se incorporan los ideales. ¿De quién? ¿Por qué? De nuestras familias, de nuestra sociedad, de nosotros mismos, para que seamos las personas que soñaron y que soñamos. Se trata de esos mandatos inconscientes que esperan que los hijos sean tal o cual cosa, de tal o cual manera.
Y así es que nos acostumbramos a mirar hacia atrás y hacia delante, pero nunca hacia ahora. Qué tarea difícil, romper con todas estas costumbres y por un momento no pensar. Hacé la prueba… no pienses en nada… pero en nada… y sé consciente de este momento actual de no pensar en nada. Diría que resulta casi imposible, se cuelan pensamientos.
Pero que pasa si miramos atrás y sentimos que perdimos el tiempo, que no nos dimos cuenta que no nos dábamos cuenta que en varios momentos fuimos felices. En definitiva, este darse cuenta nos opaca la emoción para la que tanto nos preparamos, ya que en el transcurso no fuimos conscientes del presente. De ahí la tristeza de María y de tantas Marías con las que nos encontramos.
Nos vamos despertando de esa especie de anestesia, que nos hacía no sentir, solo hacer, como máquinas automáticas. A costo de, mirar escenas de nuestras vidas como ajenas a nosotros mismos, a perjudicar vínculos.
Nos vamos dando cuenta que estamos vivos, pero no mañana o ayer, sino hoy. Trabajo difícil, si los hay. Se logra, con trabajo y entrenamiento, vivir este presente, con todo lo que traiga consigo, alegría, tristeza, frustración, pero, fundamentalmente, presente, implica un gran y placentero trabajo de autoconocimiento.
Estar presentes aceptando quienes somos, para evolucionar hacia ser cada vez más auténticos: ESO ES DEJAR DE ESTAR SOLO DE SÍ MISMO.
Lic. Mayda Portela
Psicóloga
099466538, licportela@gmail.com.