Recientemente, con motivo de la publicación de uno de los habituales saludos diarios de buenos días en la página de
Facebook, preguntamos a nuestra comunidad de amigos si, durante la infancia, habían jugado a la rayuela.
Varias fueron las respuestas afirmativas que recibimos. Además, se la asociaba con recuerdos gratos.
El juego de la rayuela, era ya conocido en la
Grecia clásica con el nombre de
Escolias y en la
Roma Imperial, con el de
Juego de las Odres (
1) y se ha extendido en todas las civilizaciones.
Se la juega en todos los continentes y se conoce con varios nombres. Sólo en Latinoamérica, se le llama Rayuela, Luche, Tejo, Avión u Avioncito, Mebeleche, Descanso, Peregrina, El Pon, Amerelinha y otros. En Chile, fue declarada símbolo cultural y patrimonial de la Nación en el año 2014.
Aún hoy, hay escuelas en las que la rayuela es un clásico del patio.
Un trabajo realizado por el
Museo del Juego en España, menciona acerca de este juego: “
desarrolla diferentes características físicas, como el conocimiento y el dominio del espacio, la fuerza, el equilibrio, la coordinación óculo manual y óculo pédica, el cálculo de distancias, la toma de decisiones, estrategias de lanzamiento, etc. También se mejora el equilibrio estático y dinámico. Otros valores que desarrolla el juego de la rayuela, son la descarga de energía, vivenciar y disfrutar, la socialización y la autonomía personal y en grupo”.
A la clásica rayuela pintada con tiza en el piso... un juego simple y divertido, en mayor o menor medida, se la asocia con recuerdos gratos pero, veamos qué sucede cuando los transeúntes se encuentran una rayuela pintada en la acera.