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El ataque, lo opuesto al amor

Poder ver la conexión escondida que hay
entre el ataque y la imposibilidad de amarse
a uno mismo es la llave para salir del infierno.

¿Quién no ha sentido alguna vez enojo, odio? ¿Quién no ha juzgado, atacado, deseado destruir algo o a alguien? ¿Quién no ha creído alguna vez, que lo que una persona merecía recibir por sus pecados era sufrir eternamente, ir al peor de los infiernos? ¿Quién no ha pensado aún que ante determinadas “atrocidades” eso es lo que corresponde desear y sentir?

¿Pero qué harías si te dieras cuenta que has caído en una trampa?
Atacar lo que consideras “malo” no sólo no ayuda en lo más mínimo a su corrección, sino que hace imposible que puedas vivir siempre en paz en un mundo donde la seguridad y el control no son nunca una certeza, donde en cualquier momento y sin previo aviso, se puede perder todo lo que creemos poder, tener y hasta ser, de manera indiscutible e irreversible.

Juicio, ataque y culpa: un círculo vicioso que conduce a la pérdida de la autoestima

Por más equivocado que pueda estar alguien, atacarlo NUNCA es una buena idea.

El juicio-ataque es la cosa más destructiva que existe PARA EL QUE ATACA, y no corrige en nada la situación creada por el “culpable” (enojarse y castigar con odio al culpable no es lo mismo que ayudarlo a reparar el daño que causó, para que pueda recuperar su inocencia y su libertad).

Si alguien se compromete a hacer algo y no cumple, o causa daños y perjuicios a otros, debe hacerse cargo de las consecuencias, pero esto de ninguna manera equivale a que tiene que aceptar ser víctima de juicio, ataque, enojo ni odio. Ni tú, lector, mereces estropearte la vida sintiéndolos y actuándolos.

Cuando alguien comete una infracción, el agente de tránsito no se enoja ni se ofende ni se pelea con él; simplemente le aplica una multa.Tampoco es verdad que enojarse ayuda a que el otro corrija sus errores, mejore o cambie sus malas conductas ni sus imperfecciones. Todo lo contrario es cierto. De hecho, el enojo-ataque hace que la víctima se sienta mal con ella misma, desvalorizada, y cada vez más lejos de sentir el amor necesario para tomarse las molestias que implican cambiar y mejorar.

Seamos honestos

En el fondo sabemos que juzgar, atacar y odiar no es un buen curso de acción, sin importar el “mal” que supuestamente se haya hecho. Prueba de ello es que no querríamos ni permitiríamos que nuestro ser más querido reciba ese tratamiento cuando se equivoca o comete un error. Lo que querríamos para él, si “metiera la pata”, es que reciba todo el amor, cuidados, posibilidades, oportunidades, energía, paciencia, perseverancia y honestidad que sea posible obtener para ayudarlo a reparar su error y retomar su vida.

Pues bien, reconozcamos entonces que las demás personas, aunque no sean nuestros seres más queridos, también merecen lo mismo que estos cuando se equivocan o erran. Como un contrato entre iguales. Las mismas reglas para todos.

Sin embargo, a pesar de saberlo, si estamos manejados por el programa del ataque, nos puede pasar que en cierto momento ataquemos a otro con enojo porque cometió una equivocación, pero al mismo tiempo no nos gustaría que nuestro ser más querido fuera atacado de esa forma si cometiera el mismo error?

Esa contradicción tiene un costo muy importante. Quien ataca con odio lo que considera  “malo”, se hace a sí mismo un gran daño, porque como nadie es perfecto ni infalible, si es honesto, deberá aceptar que cuando le toque equivocarse a él (o su ser más querido), lo justo será enojarse, odiarse y atacarse a sí mismo, y aceptar que los demás lo ataquen.

Si medimos a unos con una vara, y a otros con otra, entraremos en una contradicción moral con nosotros mismos.  Estaremos haciendo algo que no nos gustaría que le hicieran a nuestro ser más querido, lo cual inevitablemente crea una fractura interna que quiebra la integridad de la autoestima, del respeto y el amor por uno mismo, y genera culpa.

Una vez que alguien comienza a juzgar,  atacar,  enojarse, odiar y a tirar anzuelos de culpa, es solo cuestión de tiempo para que, sin darse cuenta, empiece a dejar de gustarse, de respetarse y a llenarse de culpas él mismo, que luego tratará de echarle a los demás, cerrando así un infame círculo vicioso.

La pérdida de la autoestima y del amor por uno mismo, son el precio del ataque. Y es un precio tremendo, porque quien no se ama se vuelve débil, miedoso, dependiente y manejable. Se auto abandona, no hace todo lo que podría por él mismo. Es proclive a dependencias y adicciones. No se defiende, acepta ser castigado y hasta se castiga solo, en la forma de malos cuidados, malos trabajos, malas relaciones, malos hábitos, enfermedades “auto inmunes”, o directamente, conductas auto destructivas.

Si alguien no se ama, es imposible que pueda dar el cien por ciento por él mismo. Y, si primero no da el cien por ciento, después no puede rendirse tranquila y dignamente ante lo que no puede controlar, ante lo inevitable. Y lo que no se puede controlar no es poco. Es muchísimo.

El juicio-ataque, anatomía de la culpa

La víctima cae en la trampa del juicio-ataque porque acepta varias creencias como si fueran verdades absolutas:

1.- Que las cosas solamente pueden estar en dos estados posibles:  bien o mal.

2.- Que es posible saber de manera absoluta y universal cual es cual.

3.- Que los supuestos “malos” deben aceptar ser atacados y juzgados; deben sentirse mal con ellos mismos, culpables, y sufrir. Y por supuesto, no merecen ser amados.

Sin embargo, quien acepta creer que existen los “buenos” y los “malos”, y que los malos merecen ser atacados y no amados, termina siempre “condenado” a sentirse culpable y a sufrir él también. Como ya vimos, la persona que juzga y ataca cae siempre, indefectiblemente, dentro de la categoría “malo”, ya que nadie, por mejor que sea, está libre de imperfecciones ni de errores.

Los efectos del ataque

El juicio, el ataque, el enojo (una forma de odio) y las peleas, son corrosivos como el ácido para la vida, la salud y las relaciones. Además de corrosivos, son venenosos, porque literalmente “envenenan la sangre” de quien acepta darles vida. De ahí la frase: “Enojarse con alguien es como tomar veneno y esperar que le haga daño al otro”. Así de dañinos son el ataque, el juicio, el enojo, el odio y las peleas.

También son contagiosos, porque es muy fácil que cuando alguien recibe alguno de ellos desde afuera, inmediatamente reaccione generándolo en su interior.
Finalmente, el ataque, el enojo y el odio son explosivos, ya que a la más mínima provocación, pueden transformarse en violencia, destrucción, y en actos precipitados e irreflexivos de los cuales arrepentirse para siempre.

Para hacer más digerible la experiencia de consumir semejante bomba de auto destrucción, el ataque es intoxicante, y suele ir acompañado de una embriagante sensación de euforia y poder; de tener razón, de que el malo es el otro.

Corrosivo como el ácido. Venenoso como el arsénico. Contagioso como la peste. Explosivo como la pólvora. Intoxicante como la cocaína. Esas son las verdaderas “propiedades”, los “regalos” que el ataque, el juicio el enojo y el odio le brindan a quienes eligen darles vida. Quien se entrega a ellos inevitablemente padecerá en carne propia una combinación artesanal de los efectos mencionados en mayor o menor medida.

La conexión escondida

El ataque, el juicio, el enojo, etc. dan una vuelta muy larga, que va desde sentir la embriaguez morbosa que producen al perpetrarlos, hasta la culpa y la falta de motivación y fuerzas para dar el cien por ciento por uno mismo.

Ese precio no se paga mientras dura la embriaguez del ataque, sino recién cuando la persona necesita amor y auto valoración para hacer algo por ella misma que requiere tomarse molestias, como por ejemplo, para adelgazar, dejar una adicción, cambiar una mala conducta, etc. Para tareas así, que requieren perseverancia, paciencia, esfuerzo sostenido, etc. se necesita quererse y de ahí obtener la motivación y las fuerzas para dar el cien por ciento por uno mismo.
Quien es capaz de ver todo este círculo de una mirada, comprende lo tonto, improductivo y auto destructivo que es atacar, enojarse, etc. y ya no se deja engañar más por esa tentación. Poco a poco, al no estar más identificado con esta lógica, la persona deja de alimentar el ataque, hasta que finalmente, no lo hace más, quedando libre del mismo, llena de humildad y respeto por todo. 

La prueba de que se ha visto la conexión y se han comprendido las consecuencias de atacar es que se tiene menos ganas de hacerlo que de meter un dedo en el enchufe, sin importar la atrocidad que otro haya cometido.

“El que a hierro mata, a hierro muere” Mateo 26:52

“No juzgues, si no quieres ser juzgado. Porque con el mismo juicio que juzgues, serás juzgado, y con la misma vara con que midas, serás medido” Mateo 7,1-2

No juzgues, y no serás juzgado: No condenes, y no serás condenado: Perdona, y serás perdonado” Lucas 6:37

Finalmente... “Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra”
Ahora sabes a donde va a ir a parar esa piedra, sin importar a quien se la tires.
Dr. Leonardo Aronovitz Médico, terapeuta, docente.
Contacto: aronovitz@adinet.com.uy
Autor:
https://www.facebook.com/SinHambreYSinExcusas
www.tdemociones.blogspot.com 
www.cincopasos.blogspot.com 

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