El precio de ser diferente
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Raro, loco, diferente, inadaptado, extravagante, desopilante, artista. Somos miembros obligados de una sociedad que crea “adoquines” en serie. Pero como toda producción tiene su margen de error y como el control de calidad se hace 20 años más tarde, salimos todos juntos en fila.
Parte del proceso de “adoquinación” se hace en la escuela y sigue luego en el liceo, donde te enseñan cómo vivir en este mundo y salir muerto de él. Los buenos modales, el “compañerismo”, las ciencias exactas, los colores con los que debemos vestirnos para pasar desapercibidos, nos enseñan que el mundo entra en una hoja A4, que somos piel, carne y huesos y funcionamos como una máquina; que hay que esforzarse para lograr las cosas, que rendimos más de lo que pensamos y otras tantas cosas más.
Cuando entramos en la adolescencia decimos ¡No! e intentamos revelarnos y ahí es donde te agarran tus papás y te dicen: "Nene, si no traes buenas notas ¡no sales!" Y ahí lloramos y pataleamos un poco, pero terminamos dando el brazo a torcer y nos adaptamos. Yo logré engañarlos a todos... ¡ja ja ja!
A veces pienso cosas como: "¿seré humana de verdad o habré caído en este planeta sin querer y a mi madre humana le da pena decirme que no soy de acá?" O también: "¿no será que todos me están engañando y soy la estrella de un reality llamado “The Vicky Show”?" Hasta que vuelvo a la realidad y me doy cuenta que solo salí "fallada".
"Fallada" porque me niego a aceptar esta sociedad corrompida, me niego a mentir, me niego a venderme, porque me enamoro como una adolescente inexperta, porque no espero nada de nadie, porque creo ciegamente, porque tengo fé en la humanidad, porque no me gusta peinarme, porque siempre estoy sonriente, porque me gustan siempre los mismos colores aunque no estén de moda, porque la mejor cita romántica es perder la noción del tiempo mientras tratamos de arreglar el mundo, porque valoro más los gestos que los regalos, porque estoy cuando me precisan, porque me gusta bañarme muchas veces por día, porque estoy convencida de que voy a cumplir mis sueños, porque no sé para qué sirve un i-pod, porque realmente estoy esperando conocer al amor de mi vida, porque no miro el informativo y porque tengo dos personajes que viven adentro mío... por lo que además de "fallada", paso por esquizofrénica.
Sí, sí... se los advertí. ¡Ya pueden sacar la cara de susto!
Lo peor de todo, es que soy así y no quiero cambiar. Y esto no es un acto de rebeldía, sino que realmente creo que mi manera de vivir es correcta. Y ni siquiera pienso que voy contra la corriente como el salmón de Calamaro, sino que voy caminando tranquila al costado.
Y en mi paso tranquilo observo a las personas. Hay quienes ni me registran, otros que prefieren no registrarme, están los que me admiran pero no entienden cómo puedo vivir así, los que me miran con cara de desaprobación intentando recordarme lo inadaptada que soy y luego, los más radicales, que quisieran avivarme a golpes.
Para quienes pensaron que a los que somos diferentes no nos interesan los normales y que sus comentarios nos dan risa, aquí tienen la prueba de que no es así. Lo que sí podemos hacer, es superar nuestra diferencia, que no es lo mismo que no suframos cuando nos recuerdan lo raros que somos.
No es fácil darse cuenta que te miran de “reojo”, darte cuenta que se ríen en voz baja de tu ingenuidad, sentir un profundo silencio después de tu comentario, escuchar como murmuran “¡está loca!”, llegar a entender que eres una excelente amiga, pero nunca podrías ser más que eso.
No piensen que a veces no dudo y hasta reniego de mi “rareza” y le pregunto al viento "¿por qué no seré normal? ¿por qué no quiero lo que quieren todos? ¿por qué no me puedo conformar?"
Así que día a día me levanto y acepto con alegría el ser diferente, me preparo para defender mi “locura” e intento – la mayoría de las veces sin éxito aparente – mostrar cómo hay otras perspectivas y otras maneras de vivir esta vida. Y me convenzo que este debe ser mi fin en este mundo.
Vicky Grosso
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