¿Quién no desea tenerla? Es uno de los frutos más hermosos luego de una laboriosa construcción del vínculo y afecto entre sus integrantes. Se caracteriza por una placentera sensación de paz interior y en el ambiente.
Muchas nos hemos preguntado cómo se logra. No se trata de ninguna ciencia oculta: se logra a base de constante comunicación, clara, sensible y honesta. Primero entre los padres, y de ahí ejercitada y practicada con cada uno de los hijos e hijas. Es la única forma de mantener la comprensión y el conocimiento mutuos, y de padres a hijos.
Uno de los temas-eje de esta comunicación entre familia es el respeto. Es decir, la presencia de límites claros, justos por accesibles, y no volubles. Porque cuando las reglas son claras el juego es sano, útil y alegre.
Si todos hacemos de todo y lo hacemos cuando queremos, entonces se fomenta el ego inflado y las fantasías de grandeza. El reparto del trabajo y las responsabilidades compartidas permiten que cada integrante valore y aprecie el trabajo del otro y de la otra.
Aún cuando cabe la no especialización como único modo de organización, todos podemos saber hacer de todo -por lo menos inicialmente. Que cada miembro de la familia tenga, además de sus derechos, una o varias responsabilidades encomendadas y asumidas, le hace ser importante, si no imprescindible para el resto. Y por ende valorado(a) y apreciado(a).
Así, el que cada uno sienta lo que implica una o varias responsabilidades, le da carácter de dignidad, no de egocentrismo o de egolatría.
Fíjate: cuando el trabajo es repartido y la responsabilidad compartida, los límites que se establecen para marcar las órdenes y normas bajo las cuales se conduce un hogar, son más fácilmente asimiladas y aceptadas por sus miembros.
No hay armonía en la familia cuando existe abuso de UNO o más de sus miembros. Y se debe principalmente a que sobre los irresponsables, se hallan uno o dos hiperresponsables, que se asumen falsamente como dioses que deben solucionar TODO LO DE TODOS.
No lo dicen, pero les gusta ganar el control y el dominio sobre los haceres y pensares de los irresponsables. Y aun buscan gobernar a su antojo -cuando a los irresponsables les conviene permitirlo- sus decisiones de vida.
Ante quienes ingenuamente observan la escena desde afuera, a los hiperresponsables les encanta crear una aura de pobres mártires trabajosos a quienes nadie les ayuda. Poco a poco se van haciendo de un poder que les implica saber hacer de todo, saber lo que el otro(a) no sabe. Al principio, les gusta y les infla su débil ego. Sin embargo, no mucho tiempo después les cansa y se vuelven irritables, paranoicos, excéntricos en su discurso y, finalmente, pueden caer en episodios maniaco-depresivos.
Para entonces, cuando de manera reiterada y profunda aparecen estos síntomas en la relación familiar YA NO HAY ARMONÍA, obviamente. Y los integrantes se preguntan ¿qué pasó? ¿Desde dónde comenzamos a cometer errores? ¿Quién es el o los culpables?
Por ello, enseñar a los hijos e hijas a responsabilizarse de pequeños y a emprender grandes tareas y retos, favorecerá un ambiente de armonía en la familia. Como la acción no estará saturada ni bloqueada, las demandas serándosificadas de acuerdo con posibilidades reales.