La tarde cálida del verano ampara a los sin techo. Las altas temperaturas contrastan con la de pocas semanas atrás, cuando el duro invierno empujaba sobre el termómetro hasta cuarenta grados bajo cero. Más de uno se da un chapuzón en el lago del parque. Otros aprovechan las fuentes de las plazas. Ella, más lánguida que el verano anterior, se seca al sol. También ha tomado un baño en el estanque junto a los niños, entreverándose con los juegos infantiles, alcanzándoles las pelotas.
Esta discreta vagabunda, en las noches deambula por los barrios marginales para asegurarse allí, luego de orgías, un descanso placentero. De día es una elegante fémina que camina esbelta por los barrios distinguidos.
El rostro moreno y los ojos muy negros, sombreados de blanco muestran una aptitud singular. Sonríe, no importan los duros inviernos pasados. Está feliz, al fin una misión para llevar adelante. Ahora, su vida tiene sentido. Aunque no nació con estrellas, todo indica que las ha encontrado. Alojada en confortables habitaciones, es halagada continuamente y alimentada como reina. No más mendigar un plato de comida. No más aquellas pocilgas donde dormía.
Derrochaba simpatía. En el entrenamiento para soportar espacios reducidos había calificado muy bien. Estaba más calma, segura. Bastaba con mirarla a los ojos para saber que había comprendido todo. Su fidelidad habría de perdonar a los hombres más allá del infinito.
El proyecto tenía varios objetivos. Le adosaron unos sensores en su cuerpo para analizar sus signos vitales durante el ascenso y puesta en órbita. La principal meta era estudiar los rayos cósmicos y la radiación solar. Además, debían investigar el efecto de la temperatura y la presión.
La pusieron en una especie de cápsula elipsoidal presurizada, de paredes acolchonadas en su interior y la sujetaron firme. Fija, sin movimientos, desde ese lugar debía manipular el agua y su alimento. En pose alerta, por momentos parecía inclinar su cabeza para oír mejor las indicaciones. A través de los cristales, sus brazos extendidos dejaban ver su blancura. Fue una elegida. Marcó un hito en la carrera espacial, junto a otros compañeros que dejaron su vida en estas investigaciones.
Hoy se pueden repetir las frases de Robert A. Heinlein, en honor de aquella soviética: “Ruego por un último aterrizaje sobre el globo que me dio la luz; déjame descansar mis ojos en los cielos aborregados. Y las frescas, verdes colinas de la tierra.”
Sin saber bien su origen, de callejera pasó a astronauta. Después de unos días que orbitó la tierra, comió y respiró bien, luego simplemente expiró. Muchas fueron las especulaciones, sobrecalentamiento de la cabina; asfixia por falta de oxígeno; veneno en su última comida; gases soltados para que muriera sin dolor...
El hecho es que el Sputnik-2, lanzado el tres de noviembre de mil novecientos cincuenta y siete, entró nuevamente en la atmósfera terrestre unos cuatro meses después, con el cuerpo sin vida de Laika. Esta pequeña sin raza fue la primera criatura viva, enviada al espacio que registra la historia. Desde entonces, varios sellos postales fueron emitidos in memoriam.
Lylián Rodríguez
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