En la mayoría de las ocasiones no somos conscientes de que cargamos con estas heridas infantiles; tampoco sabemos con certeza en qué situaciones se produjeron. Sin embargo, ese daño del pasado sigue manejando nuestro presente de diferentes formas.
El niño interior herido, toma las riendas de nuestro comportamiento cuando nos sentimos amenazados y sobrerreacciona, dañando nuestro bienestar personal y nuestras relaciones sociales.
¿Alguna vez te has preguntado por qué eres tan sensible a las críticas?, ¿por qué tienes tanto miedo a que otros se vayan de tu lado?, ¿por qué cargas esa coraza de orgullo que te impide mostrarte vulnerable? Son, en gran medida, las secuelas de una relación materno-filial inadecuada, de un vínculo de apego inseguro establecido en la infancia.
No obstante, no existen culpables. Conocer esta realidad no implica instalarse en el rol de víctima y culpar a quien te trajo al mundo. Todos los seres humanos actuamos lo mejor que sabemos y podemos en cada momento... y la maternidad es una inmensa responsabilidad. Así, si ahora como adulto, eres capaz de percibir esas heridas, también eres capaz de adoptar las medidas necesarias para que sanen.
¿Cómo sanar?
Proporcionándote todo aquello que deseaste o necesitaste recibir de tu principal figura de apego. Asumiendo tú ese rol y nutriendo, cuidando, amando y aceptando al niño herido que vive en ti. Se trata de revivir ese vínculo primario, pero con las habilidades y el conocimiento del adulto.
No se trata de un proceso sencillo, armonioso o agradable. Realmente consiste en proyectar luz sobre las sombras, mirar las heridas y reconocer el abandono, el rechazo, la traición… hacernos conscientes de que siguen en nuestro interior y del modo en que nos restan libertad.
Una vez identificados los daños, es posible sanar comenzando a automaternarse; es decir, aprendiendo a escucharnos, a respetarnos y a comprendernos como nunca lo hicieron. Amándonos y aceptándonos de forma incondicional, acompañándonos en nuestros errores y felicitándonos en nuestras victorias; estando presentes para nosotros en todo momento, priorizándonos y siéndonos fieles, eligiéndonos.
Piensa en lo que sentiste que te faltó de niño y asegúrate de proporcionártelo. En el proceso, sentirás cómo el vacío se llena, el perdón llega y la sensación de poder personal se incrementa. Una vez que atiendes al niño herido, este deja de dirigir tus movimientos y es el adulto consciente quien toma las riendas.
Reproducido con autorización
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