Los padres acostumbramos a confiar a nuestros hijos a los docentes por su calidad de profesionales. Ello nos da una enorme tranquilidad.
Poco tiempo atrás, la sociedad se caracterizaba por una pre-establecida estabilidad; la función de la escuela era sostenida por un contrato social claramente compartido por todos. Hoy esa realidad cambió drásticamente, sin permiso, por lo cual no es una opción quedarnos al margen. Los docentes -enhorabuena- han ganado espacios de autonomía de enseñanza, pueden volcar su experiencia, sus conocimientos y sus intenciones personales en cada acción educativa. Por supuesto que siempre regidos por programas oficiales.
Con estos ingredientes, cada docente se esmera año tras año, en elaborar su planificación anual. Los maestros suelen enseñar atados al contexto: procedencia de los niños, ubicación de la escuela. Un contexto que el maestro interpreta de modo personal. El que enseña, entonces, además de saberes, necesita plantearse variedad de estrategias de enseñanza, guiado por la ética profesional. Ética para valorar las limitaciones ante la complejidad de la sociedad actual.
Pero, recordemos: las propuestas educativas se han diversificado tanto, como los perfiles del alumnado que ingresa a las aulas. Y es nuestro derecho como padres aportar las aspiraciones o angustias que nos invaden, antes que los maestros completen sus planificaciones anuales. ¿En qué afecta todo esto como padres? En que la compleja realidad educativa -con multiplicidad de enfoques docentes- coloca a los padres en un lugar activo en la educación de los hijos. La familia queda obligada a participar en su alfabetización: manejar el derecho a que se le explique qué, cómo y por qué se seleccionan contenidos, a que se le consulte si comparte las miradas educativas. Los derechos conllevan responsabilidad de reflexión desde el hogar: ¿qué mensajes les damos a los niños acerca de su escuela? Acompañarlos de cerca en lo que a diario aprenden, permite obtener información de esa escuela sobre la cual, la familia podrá consentir o discrepar. No en un afán de enfrentamientos, sino de entrecruzar aportes con los docentes para ayudarlos a realizar diagnósticos y propuestas más adecuadas. Todo eso, el docente sabrá después cómo plasmarlo en el aula.
Básicamente, nuestros hijos deben iniciar el ciclo sintiendo que los adultos responsables de su formación, han comenzado un diálogo, un intercambio de ideas y opiniones, un ida y vuelta en pos de lograr darles seguridad y continuidad a sus desarrollos.
Sin lugar a dudas, los vínculos que rodean a nuestros niños, generan los contextos más propicios para que logren sus mejores desempeños académicos.
Extraído del portal educativo de la ANEP: Uruguay Educa
urguayeduca.edu.uy