Quien bien te quiere, no osará poner alambradas a tus horizontes… ni te dirá aquello de “tú no puedes”, “tú no sabes” o “tú no mereces”. Quien te aprecia de verdad te hará creer en ti, pondrá alas a tus sueños, magia en tus bolsillos y alimentará tus días grises con ilusiones renovadas, para recordarte todo de lo que eres capaz.
Somos conscientes de que uno de los valores más importantes para alcanzar la ansiada plenitud psicológica, es el ser capaces de creer en nosotros mismos. Sin embargo, nadie puede hacer germinar una hermosa flor, si la semilla aún no ha echado raíces. Si ya en la infancia nos inculcaron, por ejemplo, la idea de que somos torpes o poco hábiles, entonces ese crecimiento no será armónico: lo que germinará, serán nuestras creencias limitantes.
“Un amigo verdadero es aquel que cree en ti, aunque tú hayas dejado de creer en ti mismo”.
En gran parte de la vasta literatura de autoayuda de la que disponemos en la actualidad sobre el desarrollo de la autoconfianza, hay un dato que a menudo no se tiene en cuenta. Se nos alienta a creer en nosotros a pesar de las dificultades, a pesar de las voces antagonistas, de los vetadores de autoestima. Sin embargo, para dar ese salto de fortaleza, primero, es necesario hacer un minucioso viaje interior para el cual, no siempre estamos preparados.
Para creer en nosotros mismos, hay que desactivar primero muchos terrenos minados creados no solo en la infancia. A lo largo de nuestra vida como estudiantes o incluso en nuestras relaciones afectivas, hemos vivido dinámicas frustrantes que pueden haber afectado en profundidad a nuestro autoconcepto, a nuestra autoestima. Te proponemos reflexionar sobre ello.