Todas tenemos alguna amiga, conocida, prima o hermana, que al incursarse más el embarazo, comienza a sentir algunos síntomas y a hacerse víctima de ellos: que las nauseas matutinas, los mareos diarios, el asco a los olores, el cambio a los gustos... de lo que antes disfrutaban, ahora lo odian... lo que odiaban, ahora lo apetecen. En fin, el embarazo te lleva a un sinfín de cambios permanentes. Esto recién en el primer trimestre, donde las hormonas comienzan a revolucionarse.
Y vos, que seguís tragando ácido fólico como si fueran caramelos y te venís inyectando desde hace año y medio o más. Pensás cuánto te gustaría tener un vómito, un síntoma de embarazo. Ese sueño interminable que aparece en ese primer trimestre de las que todas hablan… menos vos. Y así, ser parte de las víctimas del embarazo.
Escribiendo tanto embarazo, embarazo quise cambiar la palabra para no repetirla más y posicioné el mouse sobre ella y con el botón derecho, indiqué “sinónimos”. ¿Saben lo que me aparició como sinónimo de embarazo? Impedimento, molestia, dificultad, estorbo y más. Después el diccionario de la Real Academia Española: aparte de toda esta sarta de estupideces, me pone: “estado en que se halla la hembra gestante”. O sea, a buen entendedor: la hembra se halla en un estado de molestia, dificultad, de impedimento, bla, bla, bla...
¿Esto es o a mí me parece una locura? Yo, que estoy como loca hablando de todas aquellas mujeres que buscan de forma incesante quedar embarazadas durante años y no lo logran, no encuentro otro sinónimo más apropiado para embarazo que “molestia”. Bueno, tendré que seguir con la palabra embarazo, que para mí significa estado de una mujer en que su salud le permite traer vida al mundo. Con un sinónimo que se me dificulta para que sea una sola palabra, por eso lo expreso así: plenitud femenina... “plenitud”, estado de felicidad permanente... “felicidad”, el centro de toda reunión “importante”, inspiración de muchos, “ternura”.
Siguiendo lo que estábamos hablando, de las quejas de muchas. Nos encontramos con otras amigas que entrado ya el estado de…”molestia”, se quejan de cuánto les pesa, de que no pueden dormir, de que el niño se les mete en las costillas, de que les cuesta respirar en las noches, de que conocen todos los baños de todos los sitios a los que van y ¡ni hablar! si estamos en verano. Aparecen aquellas que se ponen un zapato en la mañana y ¡guarda! con que se lo saquen en el correr del día: no se lo van a poder poner más. El anillo de bodas lo llevan incrustado en los dedos, como cuando uno ata la carne rellena para que no se le escape lo que le pusimos dentro. O están las más sabias que se dieron cuenta y se lo quitaron antes de inflarse como un globo aerostático.
A todas ellas las miramos con deseo, deseo de tener un poquito de eso. Aclaro: en todo este relato mío, no incluyo a las que luego de quedar embarazadas las dejó la pareja. No incluyo a las que el embarazo les llegó en un mal momento. Aunque soy de las que cree que el traer un niño al mundo no es un accidente, es un acto de responsabilidad. En los tiempos que corren, no hay posibilidad a error... a equivocación. Hay muchos métodos que evitan lo no deseado.
El traer un niño al mundo no es cosa de una noche, de un capricho, de un descuido. El traer un hijo al mundo es cosa de dos, de amor, de conciencia y de haberlo pensado mucho.
Ellos van a pasar a ser víctimas de nosotros, para bien o para mal. Son parte nuestra por muchos años y no hay que traer un niño porque todas mis amigas están en esa o porque a mi pareja se le vienen los años encima y me lo reclama. O por que mi mamá o mi suegra no dejan de romper con el tema.
Es una decisión de a dos, de conciencia y de pleno amor. Hay que estar preparado psíquica, física y emocionalmente, sin dejar de lado el estado económico. Porque encargar un niño para privarlo de todo y enchufárselo a la abuela que tiene 60 o más años, con problemas de cadera, de vista, de agilidad, etc... ¡nooo! Los abuelos están para sacar las papas del fuego, no para cocinar, limpiar y comerse el festín. No no no, dan una mano, no son responsables de nuestros deseos.
Eso es un error de muchos: que encargamos un hijo contando con la responsabilidad de un familiar y luego le echamos en cara como cría o trata a nuestro niño.
Estos abuelos ya criaron a sus hijos, bien o mal pero ya lo hicieron... ahora les toca disfrutar de sus nietos, todo lo que su cuerpo o mente se los permita.
Bueno si coincide que la pareja esta pensando en buscar familia y tienen a una abuela que insiste con ello y con el “que yo te lo cuido” allá ella. Habrá que hablar bien, dejar muy en claro quien es el padre y como se quieren las cosas, para que luego no haya malos entendidos. Pero igual es muy complicado.
Bueno me salí muchísimo del tema. Lo que les quiero decir, es que se por lo que están pasando, sé de la angustia que sea el día 27 del ciclo y no te venga la menstruación y que te venga el maldito 28. Que en muchos períodos el 26 ya te habías hecho un examen de sangre, porque creías estar embarazada. Que cuando te inseminaron pensabas que ésta iba a ser, porque una señora en la calle te dijo algo, o porque tu boleto sumó 21, o porque un niño te tiró los brazos y te pidió upa.
Pensaste tantas veces que iba a ser... y no fue. Por un lado es inevitable que te ilusiones, pero por otro lado, no querés sentirte tan tonta al soñar con que ya estás embarazada. Hay veces que no querés ni comentarlo con tu marido, porque él se muestra más frío, más desentendido. Pobre… ellos tratan de verse más fuertes, de no estar sobre nosotras todo el tiempo para no presionarnos, sin darse cuenta que eso es lo que queremos. Bueno, hay veces o mejor dicho muchas veces, que ni nosotras sabemos lo que queremos. Y sí, somos de “Marte” y ellos de “Venus”, según John Gray.
Pero debemos hablar con ellos: son parte de esto, parte de lo que queremos, son los únicos realmente involucrados.
Yo estuve dos años intentando quedar embarazada, luego de seis inseminaciones y una laparoscopia, quedé naturalmente. Se los cuento porque sé que da esperanza. Por lo menos a mí, me la daba.
No solo mi marido tenía algunos problemitas ajustables con vitamina E y otro medicamento, nada grave. Sino que yo también contaba con un desajuste hormonal con la prolactina en 128, un moco con una acidez de 5.5 y aparte, endometriosis sangrante, la que se resolvió luego de una laparo y dos inyectables tremendos que me dejaron sin período por dos meses.
Al siguiente período decidimos hacernos una inseminación: pensamos en que sería menos estresante y queríamos ir a lo seguro. ¿Saben qué? "a seguro, se lo llevaron preso"... ¡no quedé embarazada!
Ahí sí, dijimos ¡basta!... estamos cansados (yo particularmente, que soy más de expresarme como ya lo verán). Dije que no quería nada más... que estaba agotada y que mis ilusiones habían quedado en el adherente.
Pero… en el fondo, era mentira. Seguía ilusionada, lo que no me sometería a ningún tratamiento más, andá saber hasta cuándo... somos de “Marte”, repito.
Al mes siguiente, enero, mi fin de semana “fértil”, nos fuimos para afuera. Esa noche, un grillo se metió a nuestro cuarto, nos levantamos a sacarlo porque no nos dejaba dormir.
Quince días después, yo ya estaba malhumorada porque no me venía el período (aclaro: tengo períodos de 24 días). Mi marido creía todo lo contrario: que mi humor se debía al período y ni me preguntaba por nada.
Un martes, me levanté con una ansiedad incontrolable, el corazón me latía muy fuerte, me quitaba el aire y yo algo tenía que hacer. Era la primera vez que toma una decisión de éstas, en todo lo que llevábamos de tratamiento.
Yo me tenía que calmar, tenía que encontrar el método de control de mi ansiedad: agarré la guía clasificada y busqué un laboratorio cerca de mi casa. No lo encontré pero… encontré uno que decía que hacía análisis de embarazo en 15 minutos. Y allá fui.
Llegué, me anuncié y cuando me llamaron para hacerme la extracción de sangre y llenar un breve cuestionario, en esos minutos le conté a la muchacha que me hizo la extracción, los dos años de tratamiento. Mi estado de ansiedad había llegado al límite. Estaba al borde de un colapso emocional.
Ella me dijo que me tranquilizara y que esperara sentada en la recepción, que en 10 ó 15 minutos iba a estar pronto.
Me senté, agarré una revista y lo único que podía hacer era mirar los dibujitos. En un momento luego de haber hojeado varias revistas, siento que me golpean un vidrio de un piso superior, veo a la muchacha que me hace “dedito para arriba”. Yo no entendía nada, creía que no era para mí, que todo era muy loco: solo iban 25 días de mi ciclo. Miré a los lados y no había nadie... ¡sí era para mí! Me estaba diciendo ¡OK!
En ese momento, me puse a llorar; ella bajó corriendo las escaleras para ver si estaba bien, lloraba con ella y le pedía un certificado porque mi marido no me iba a creer. Que sí era verdad. Me lo confirmó y me dijo que no había posibilidad de error. Que la hormona estaba en la sangre... ¡¡¡benditas hormonas!!!
Corriendo esperé el papel y me fui al trabajo de mi marido (que gracias a Dios era a dos cuadras). El pobre no entendía nada, creo que no sabía leer. Le tuve que señalar la palabra “POSITIVO”, porque leía cualquier cosa menos eso.
Lo saqué del trabajo, me lo llevé a un lugar por la Rambla: eran las 5 de la tarde y teníamos que estar de lentes puestos, porque no parábamos de llorar. A esa hora, él se tomó un whisky doble y yo, un juguito de naranja.
El 17 de noviembre comienzo con contracciones y el 18, nace Julieta tras un embarazo perfecto.
Blog:
cosas que pasan, autora Silvana Blanco.