En la sabana hoy festejan. La cinta espera el corte; el primer chorro es a las dieciséis horas.
Se oyen cánticos…
Las mujeres llegan ataviadas, pintadas y desprenden un aroma silvestre; no parecen las del arroyo, aquellas desnudas, de carnes firmes pero senos flácidos, de mota negra y apretada.
El ingeniero y los técnicos de Sudamérica tras horas de atravesar la selva, conversan alegres con el alcalde. La algarabía reina en el aire. Estos blancos son idolatrados.
Ya no habrá que acudir al río con el temor del avance de algún cocodrilo. Ellas caminarán con entusiasmo varios kilómetros dos veces al día, a la hora que se abrirá el grifo.
Se oyen cánticos…
Las largas colas al rayo del sol será una nimiedad en sus vidas; no sentirán el peso de las grandes tinajas sobre sus cabezas, ni de los niños en sus espaldas.
Las chozas de barro y paja lucirán con menos moscas; no más infecciones, pústulas o granos.
Se oyen cánticos…
A las dieciséis en punto suenan las marimbas y batuques en medio de la sabana.
Los negros bantúes, mulatos y portugueses aplauden, ríen y danzan con el brote de agua que sale del tanque de la estación potabilizadora, una de las cinco que llega a Angola.
Se oyen cánticos…
Lylián Rodríguez Méndez
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