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Si Dios quiere (microcuento)

Si Dios quiere (microcuento)

El silencio gobierna el espacio. Atrás ha quedado el caos. Un cielo zafirino envuelve los rascacielos. La paz se ha instalado en las calles.

Los trozos de concreto fueron retirados por retroexcavadoras y palas mecánicas. El polvo, más volátil que su esencia misma, ha dado paso al aire fresco de otoño.

Afuera todo tiene un matiz de normalidad, pero en cada hogar un televisor anuncia la espera de algo más...

Las horas de angustia no han cesado. Muchos son los que lloran aún por los hijos perdidos, esposos, padres, amigos... la lista es interminable.

Michael y Jennifer han visitado varios refugios. Se resisten a creer que la muerte sea más poderosa que el amor. Acuden día tras día, siempre a uno distinto. La búsqueda es la esperanza que los alienta. 

Alicia, su madre, les ha dicho: - ¡Adopten! y verán que se sienten mejor. Darán y recibirán cariño. Luego el tiempo mitigará el dolor y volverán a creer...

El noticiero de las once anuncia nuevos hallazgos. Los rescates se han producido en los lugares menos imaginables, por eso continúan la búsqueda.

Michael observa sus juguetes con la mirada perdida. Desliza las manos sobre la cama suave. Jennifer, mirando sus fotos, lo ve correr tras la pelota. Desaparece entre los arbustos del patio. Las lágrimas mojan sus mejillas rosas.

La adopción se impone. Ellos esperan los afectos incondicionales de un hogar seguro. Desean fervientemente que los lleven consigo. Necesitan una familia para sobrellevar esa tragedia tan grande. El tumulto y la aglomeración los asusta más. Algunos han emprendido el largo viaje desde una mesa de operaciones. Si Dios quiere... otros aprenderán a caminar con algún miembro de menos. Y otros, sobrevivirán con un manto sobre los ojos por el resto de sus días. Así, más... 

La policía de rescate está entrando y saliendo a cada rato del hospital y del refugio... a todo aquel que no colabora, le leen sus derechos.

Michael ha decidido presentarse como voluntario. No le importa que deba trabajar no menos de diez horas por día, sin retribución alguna.

La constante de Alicia es el apetito de Jennifer. Come muy poco. Adelgazó ocho kilos... está por debajo del peso normal.

Jennifer sostiene largo rato entre sus manos aquel retrato de los tres. El cabello rubio de su hermano cae sobre su frente. Entre los dos, lo abrazan y él se deja envolver sonriente.

Durante seis años, estuvo allí, no advirtieron lo importante que era en sus vidas. Simplemente los días, los meses transcurrían mientras la casa era colmada de alegría.

Han llamado del refugio Beverly. Salen casi corriendo. Alicia ruega a Dios que sea él. Y Dios quiso...

Alicia mira a través de la ventana. Michael y Jennifer vuelven con él en brazos. Al llegar a la puerta, lo bajan. Todos lloran. En cambio él, extraviado desde el once de setiembre, sonríe y ladra con el típico chillido de caniche toy, al tiempo que mueve el rabo.  


Lylián Rodríguez Méndez
Derechos reservados.

Debajo, más cuentos de la autora.

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Comentarios (1)

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Claudina 10-11-2018

Muy bonito y tierno.

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