Tolerancia y Confianza en nosotras mismas: ¿cómo lograrlas?
Asertividad vs. Aprobación ajena
El deseo de aprobación ajena, es una de las características más comunes que tenemos los seres humanos. Desde niños, nos han enseñado muchas veces a hacer las cosas en función de cómo las van a ver los demás y no en función de cómo las veremos nosotros mismos.
Desde muy chicos recibimos mensajes de este tipo: “vamos a llevar el uniforme prolijo al colegio, si no... ¿qué va a decir la maestra?”, “hay que ordenar tu cuarto, si no tus amigas van a decir que eres desprolija”, “si te sacas buenas notas, la abuela va a estar muy contenta y orgullosa”.
Estos mensajes recibidos desde muy temprana edad, nos predisponen a pensar que la opinión ajena es más importante que la propia. Estar limpio, prolijo, estudiar, etc., es parte de lo que cada persona debe valorar de sí mismo, independientemente de si lo ve o no otra persona. Y así debemos educar a nuestros hijos. Así formamos niños, mañana adultos, con criterios propios, independientes, tolerantes frente a la diferencia, menos frustrados y más seguros.
Por el contrario, los mensajes que nos predisponen a desear siempre la aprobación ajena, tienen como consecuencia, por generalización de la conducta, que de adultos los llevemos a todas las áreas de nuestra existencia. Entonces vamos a una fiesta y cuando pensamos en qué ropa nos vamos a poner, enseguida nos vienen a la mente las personas que van a estar presentes, qué estilo suelen usar ellas, si el atuendo elegido por nosotras estará acorde, etc. Muchas veces ponemos por delante esa aprobación ajena, cuando las que vamos a usar esa ropa somos nosotras mismas. En lo último que pensamos, es si nos gusta y nos queda cómodo lo que nos vamos a poner. Incluso podemos llegar a desistir de ir, por no sentirnos seguras o por dudar si vamos a ser aprobadas o no, por los demás.
Lo mismo frente a decisiones importantes de nuestra vida, como ser elegir una carrera o una profesión: “¿qué pensarán los demás que elegí esto o aquello?", "no está bien visto en la familia". Así, he atendido en consulta a personas que hacen carreras universitarias que nunca les gustaron y sin embargo, las completaron igual por complacer a los padres o abuelos, sacrificando así sus propios gustos. Estas son personas inseguras, víctimas de manipulación y que no han podido vivir su vida según sus propios criterios, porque no se los enseñaron y no los adquirieron por sí solos.
Es fundamental entender que cada persona es su propio juez y esa es la aprobación más importante. Es común escuchar en consulta, personas que preguntan a sus amigas o conocidas, acerca de decisiones que van a tomar en su propia vida; ésto, por temor a equivocarse si lo hacen valiéndose de sí mismas. No puedo delegar esa aprobación en otra persona que fue criada en otra familia, con otras experiencias de vida, con otras costumbres y otros parámetros... una persona que, lógicamente, va a tener una idea diferente de lo que considera es adecuado en cada situación. Esa persona juzga según lo que sería adecuado para ella misma en esa situación, pero no para nosotros. Quien tiene que saber lo que es adecuado para mí, soy yo. Debemos adquirir la responsabilidad sobre nuestra persona y sobre nuestras decisiones. Nadie puede ponerse en nuestra exacta posición y pensar por nosotros, y aún, si alguien lo hiciera, no sería adecuado porque nos estaría anulando.
Por tanto, la aprobación ajena puede ser deseable, pero NO imprescindible. Como seres sociales que somos, esa aprobación la disfrutamos cuando la tenemos; pero no por ello debemos ceder a nuestra propia aprobación, que siempre es la más importante cuando se trata de juzgar nuestra conducta.
Este proceso es parte de entender que hay más de una forma de ver las mismas cosas. Cada ser humano trae en su “disco duro”, una serie de parámetros que adquirió durante toda su vida, y con los cuales se maneja frente a las distintas situaciones, juzgándolas en base a ellos.
El poder lograr aceptar esto, nos hace también ser más abiertos frente a los otros y ser tolerantes frente a la diferencia. Somos mucho más libres, más auténticos, cuando conseguimos esto. Esta postura nos enriquece muchísimo a lo largo de nuestra vida, nos permite crecer y no quedarnos estancados. También nos evita ser manipulados, ya que si somos dependientes de la aprobación ajena, probablemente terminemos haciendo cosas que no queremos, con tal de obtenerla.
Atención que esta postura no es unilateral: así como somos víctimas de manipulación, podemos querer manipular a otros de la misma manera, aún sin darnos cuenta. Muchas veces nos quejamos y sin embargo, caemos en el mismo error y hacemos juicios rígidos sobre la conducta ajena, considerando nuestro criterio como único y somos duros en esos juicios, incluso esperando que el otro cambie su postura.
No sólo nos equivocamos en adoptar esta actitud, sino que además, extrapolamos una conducta a la persona en su totalidad. Por ejemplo, si nos parece que alguien tuvo una “conducta egoísta”, rápidamente nos descolgamos diciendo que es una “persona egoísta”.
Sin duda, perdemos de vista que todos podemos tener conductas egoístas en algún momento de nuestra vida y sin embargo, también tenemos otras que pueden ser todo lo contrario. Y eso no nos hace ser personas egoístas. Según en qué momento nos juzguen, va a ser el calificativo obtenido. Es como un “todo o nada”, que debemos tratar de no usar y no caer en este tipo de calificativos hacia los demás, ni hacia nosotros mismos.
Otro punto importante enrabado con esto, es saber que tenemos derecho a equivocarnos, ya que somos seres humanos y como tales, factibles de error. Lo importante cuando somos conscientes que hemos cometido un error, es hacernos cargo de las consecuencias. No sirve de nada estar culpándonos y deprimirnos por ello. Lo fundamental es la postura activa para subsanarlo lo mejor posible.
También tenemos derecho a cambiar de opinión, no somos estáticos, somos seres que vamos evolucionando y en base a las experiencias que vamos teniendo en la vida, podemos cambiar algún criterio si nos parece que el que teníamos hasta el momento, era inadecuado.
Por eso a la hora de juzgar la conducta ajena o la propia, es bueno poder tener en cuenta estos elementos para no ser tan rígidos con los demás, ni con nosotros mismos. Siempre me gustó esa frase que dice: “Dios pregunta menos y perdona más”. Así que entonces, como seres humanos que somos, tratemos de ejercitar bastante más la tolerancia. Nos permite vivir más libremente, más seguros y satisfechos con los demás y con nosotros mismos. Esta es la verdadera forma de manejarnos: siendo asertivos en la vida.
Ps. Silvia Cardozo
Terapeuta Cognitivo-Conductual
Técnico en Sexología Clínica
Integrante, Coordinadora y Docente de Suatec (Soc. Uruguaya de Análisis y Terapia del Comportamiento)
Teléfono del consultorio: 2 707 90 27