Había un valle precioso, en algún sitio, de algún lugar. Era realmente bonito: tupido de hierba de un verde intenso y rodeado de colinas. En primavera se llenaba de margaritas, y de unas pequeñísimas flores amarillas y lilas, que hacían que luciera más aún. En invierno no había flores, pero las colinas se cubrían de nieve y las vistas desde el valle eran hermosas.
En ese valle vivían dos topos, Tip y Top. Tanto Tip como Top, habían nacido en el valle. A los dos les encantaba su casita. Los dos tenían un bonito jardín con una valla y ambos se sentían muy a gusto viviendo allí. Por la mañana, el sol salía por el este y enseguida calentaba el valle. Tip y Top se levantaban, desayunaban, ordenaban su casita y salían a trabajar al jardín. Se saludaban como buenos vecinos y cada uno emprendía sus tareas hasta la hora de comer. Hacían un descanso, comían tranquilamente y retomaban su jornada hasta que caía el sol. Cuando comenzaba a oscurecer, se despedían y cada uno se metía de nuevo en su casa. Cenaban, y se acostaban temprano para descansar y reponer energías para comenzar un nuevo día.
Tip y Top no habían salido nunca del valle. Las colinas que lo rodeaban eran altas y tratar de escalarlas, supondría seguro un gran esfuerzo. Vivir en el valle era cómodo, sus días eran tranquilos y la vida lejos de ser emocionante, era fácil.
Pero una mañana, Tip pensó que no podía pasar el resto de sus días así. Tip quería sentir emociones, quería saltar, quería volar… quería "sentir mariposas". Así que hizo una mochila, metió las cuatro cosas que realmente necesitaba y se despidió de Top, emprendiendo su camino ladera arriba.
Top pensó que su compañero era muy osado, que probablemente moriría congelado y alguien lo encontraría acurrucado junto a alguna roca. Mientras él, permanecería en el valle, seguro, con su rutina… con sus inviernos y sus primaveras.
Y efectivamente la escalada no fue fácil. Tip pasó frío. Soplaba aire y por las noches, apenas podía entrar en calor cubriéndose con la manta que llevaba. Echó de menos su casa, su cama y su jardín. También echó de menos el saludo de Top cada mañana… sólo era un saludo, pero le acompañaba cada día y formaba parte de esa vida de confort que había decidido… ya no recordaba muy bien por qué, dejar atrás: "Ah, sí... las mariposas".
Los días fueron pasando y los zapatos y las ropas de Tip se fueron desgastando. Casi no tenía comida ya y las fuerzas empezaban a fallarle. Llegó a pensar que el sueño de una vida más allá del valle, era sólo eso: un sueño.
Pero aquel amanecer, Tip llegó a lo alto de la colina y cuando vió lo que tenía delante, su corazón saltó tanto, que casi se le sale del pecho. Había infinidad de valles ante sus ojos… valles de distintos verdores, con variedad de flores y de colores. Había lagos y árboles frutales… había ríos llenos de agua cristalina y peces, y pájaros revoloteando. Y cada valle estaba repleto de casitas, y en cada una, un topo afanoso cuidaba su jardín.
Tip lloró de felicidad ante la nueva vida que se le presentaba, llena de emociones. Y lloró de tristeza una última vez al pensar en Top: nunca más se verían y le iba a echar de menos.
Top nunca conocería aquel mundo. Pero Top era feliz en su valle y viviría allí los años que le quedaran, cuidando su jardín y saludando a sus queridas colinas cada mañana.
Tip necesitó algo más allá del valle. Se aventuró, escaló aquellas montañas y ahora la vida le ofrecía un sinfín de posibilidades: algunas serían buenas y otras no, pero sólo de imaginarlo... sintió las mariposas.