La tecnología es una herramienta excelente, si le damos un uso adecuado. El problema comienza cuando en vez de ser una herramienta útil de consulta, información etc., pasa a ser el fin en sí misma y se empieza a desvirtuar su utilidad, para convertirse en una adicción.
En los adolescentes es más frecuente este tipo de adicción por las propias características de dicha etapa: el querer pertenecer a grupos, mostrarse en sus actividades, comunicarse con sus amistades por este medio, ver la vida de los otros, jugar juegos y por el manejo fácil de las diferentes aplicaciones.
Aún no tienen el manejo adecuado del tiempo que le dedican a las cosas, ni la importancia de saber priorizar. En los mismos teléfonos celulares, ya tienen todas las opciones posibles de realizar estas cosas. No necesitan estar frente a una computadora, sino que al tener acceso a Internet desde sus celulares, ya manejan todo esto en forma permanente y sobre todo, en cualquier lugar y ocasión. Ya no hay limitaciones en ese sentido.
Incluso es real que ellos manejan mucho mejor que los padres toda la tecnología, entonces se da que muchas veces los hijos enseñan a sus padres a usarla; pero debe estar la contrapartida de que sus padres le enseñen a sus hijos, el uso racional y adecuado de ella: enseñar que la mejor comunicación, es la que hacemos personalmente, donde vemos la cara, gestos y todo de la otra persona... no un chat frío y despersonalizado, donde es más lo que imaginamos que la realidad.
Incluso puede pasar que sean más propensos a la adicción los adolescentes con ciertas características de timidez, ya que el interactuar así, les es más fácil al no ver al interlocutor. Con más razón hay que brindarles las herramientas necesarias para manejarse en este tipo de situaciones y que no caigan en esta adicción por no tenerlas.
En algunos casos, hay ciertas características de personalidad o estados emocionales, que aumentan la vulnerabilidad psicológica a las adicciones: la impulsividad; la disforia (estado anormal del ánimo que se vivencia subjetivamente como desagradable y que se caracteriza por oscilaciones frecuentes del humor); la intolerancia a los estímulos displacenteros, tanto físicos (dolores, insomnio o fatiga) como psíquicos (disgustos, preocupaciones o responsabilidades); y la búsqueda exagerada de emociones fuertes, propias de esa edad.
Hay veces en que en la adicción subyace un problema de personalidad, como dijimos antes -timidez excesiva, baja autoestima o rechazo de la imagen corporal, por ejemplo- o un estilo de afrontamiento inadecuado ante las dificultades cotidianas. A su vez, los problemas psiquiátricos previos (depresión, TDAH, fobia social u hostilidad) aumentan el riesgo de engancharse a Internet.
Otras veces se trata de personas que muestran una insatisfacción personal con su vida o que carecen de un afecto consistente y que intentan llenar esa carencia con drogas, alcohol o con conductas sin sustancias (compras, juego, Internet o móviles). En estos casos Internet o los aparatos de última generación, actúan como una prótesis tecnológica.
En resumen, un sujeto con una personalidad vulnerable, una vida familiar no contenedora o una vida social pobre, es más factible que tenga este tipo de adicciones.