Díaz había jurado que volvería antes del comienzo de la fiesta de cumpleaños de su novia. Rosa mantendría la dicha, hasta media hora antes de la reunión. La esperanza era el único aliciente... esta vez estaba decidida, ¡no más plantones!
Él soñaba con volar como pájaro, libre, pero siempre se preocupaba por los vientos, causantes que un amigo quedara lisiado al caer sobre unas rocas puntiagudas.
No se puede decir que Díaz fuera un alocado, bohemio tampoco, pero siempre estaba tras la adrenalina. Ansiaba volar... eso sí, con seguridad.
Tiempo atrás había experimentado submarinismo. En esa ocasión, no llegó en hora para la cena de aniversario de la madre de Rosa. En otro momento, había competido en el exterior en motocross y obtenido una tercera posición, motivo de la llegada más de una hora tarde para la función de teatro en que debutaba su amada.
Ahora Díaz, feliz, radiante se prepara para elevar el parapente a motor. Abrocha su casco y guantes, ajusta cinturón y demás detalles, e inicia el vuelo. Los vientos son favorables y una vista fantástica se despliega ante sus ojos, todo cada vez más chiquito.
Rosa en su casa, sigue con los preparativos a pesar de que todo tendría que estar pronto, porque falta menos de una hora. Mira el reloj y son las veinte y quince minutos.
Las manecillas avanzan.
-¡Adiós Díaz! ¡Te lo advertí!
Él, fascinado, había observado el ocaso desde lo alto, sin advertir que el motor se había detenido.