- Querías un parto natural y acabaste teniendo cesárea.
- Querías manejar el dolor y acabaste pidiendo a gritos la epidural.
- Querías amamantar exclusivamente, pero no lo lograste.
- Querías arrullar a tu hijo todas las noches de tu vida, pero te agotaste.
- Querías ser la mujer más feliz del mundo, pero tuviste depresión postparto.
- Prometiste dejar de trabajar para estar con tu bebé, pero hizo falta el dinero.
- Prometiste dejar de trabajar para estar con tu bebé, pero extrañaste el trabajo.
- Cuando estuvo en edad escolar, querías que fuera muy buen alumno y resultó ser desconcentrado o hiperactivo y te llamaron del colegio.
- Cuando son más grandes, hubieses querido que fueran médicos o cualquier otra profesión y resultó que no quieren hacer una carrera.
Y así sucesivamente con todos los ideales que no se dieron como creías en un principio.
Pero nada de esto debe ser un problema. Seguramente si miras cada ejemplo, ninguno cambia nada de lo esencial de tu vínculo con tu hijo: siempre estás haciendo lo mejor que puedes.
Y eso alcanza, generalmente es suficiente. Y si sientes que en algún momento no alcanza, está muy bien pedir ayuda: eso no te hace menos “buena madre”, ni mucho menos. Todas las personas tenemos limitaciones de algún tipo y es muy sano aceptarlas.
Lo primero es liberarnos de esas expectativas irreales y luego, disfrutar de cómo se va dando esa experiencia en la que nuestro rol es ayudar en su proceso de crecimiento.
Aceptar que vamos a cometer errores y ellos también, que no tenemos que ser perfectas, porque eso no existe. Alcanza con saber dar suficiente amor y delimitar la “ruta” por donde ellos deben transitar.