A pesar de que nuestro cerebro sea resistente al cambio y nos invite elegantemente a permanecer en nuestra zona de confort, está diseñado genéticamente para hacer frente a los desafíos y sobrevivir ante ellos. De hecho, hay un dato relacionado con esto mismo que nos invita a la reflexión.
“La felicidad no está en el exterior, sino en el interior… de ahí que no dependa de lo que tengamos, sino de lo que somos” - Pablo Neruda.
Los investigadores Richard Herrnstein y Charles Murray, definieron hace unos años, un concepto denominado “Efecto Flynn”. Se ha observado que año a año, las puntuaciones del cociente intelectual siguen subiendo. Esto se debe, entre otros factores, a que la vida moderna actual está cada vez más llena de estímulos: tenemos más acceso a la información, interactuamos más y nuestros niños de ahora procesan cada vez más rápido todos estos datos… todos estos estímulos relacionados con las nuevas tecnologías.
Ahora bien, hay un aspecto esencial del que psicólogos, psiquiatras, sociólogos y antropólogos son muy conscientes: un CI (Coeficiente Intelectual) elevado, no siempre va de la mano de la felicidad. Parece que eso de ser feliz y disponer de un entramado neuronal más extenso y fuerte, no siempre garantiza nuestro bienestar psicológico… es extraño y desolador a la vez.
¿Qué está pasando entonces? Nos hemos adaptado a esta sociedad de la información, pero a la vez, nos recluimos en nuestras zonas de confort como quien mira la vida pasar, inventando un sucedáneo de la felicidad, una marca blanca que a instantes caduca y nos aboca al estrés y la ansiedad…
Se nos olvida, tal vez, que para ser felices hay que tomar decisiones, que hay que librarnos de los zapatos ajustados y atrevernos a caminar descalzos… se nos olvida que el amor no tiene por qué doler, que la docilidad en el trabajo nos acaba quemando y que a veces, hay que hacerlo, hay que desafiar a quien nos somete y salir por la puerta de entrada, para crear nuestro propio camino… nuestra propia felicidad.
¿Qué tal si empezamos hoy mismo?