Convivir con alguien y comprenderlo/a, implica reconocer sus gustos y necesidades personales: desde un acuerdo sexual, hasta la tolerancia de todos los días.
Llegan a la plaza: ella, de jeans y remera, empuja el cochecito del bebé... él, con idéntica vestimenta, acarrea el bolso con pañales y mamadera. De lejos, parecen casi adolescentes; de cerca, una pareja como tantas... una pareja actual.
Pero más allá de este aspecto exterior, casi informal, de la edad y de los roles que generalmente se intercambian, en su intimidad subyacen desencuentros; fruto quizás, de la falta de comunicación.
Ahora él da la mamadera al pequeño, mientras ella, sentada en el pasto, enciende un cigarrillo: una escena típica, de la que estamos ya acostumbrados a observar a nuestro alrededor. Ninguno de los dos intercambia palabra.
Pedro pregunta: “¿Te vas?”
Marta: “Sí; hoy tengo taller literario.”
Pedro: “Volverás tarde, supongo…”
Marta: “Bueno… ya sabes… como todos los martes...”
Pedro: “¡Tarde entonces!... está bien (enojado)... yo me voy con los muchachos…”
Marta: “No sé qué te pasa últimamente... de novios, eras más comprensivo…"
El respeto a la libertad de acción del otro, es fundamental para la estabilidad de la pareja: permitir que cada uno por separado (y, a veces en conjunto) desarrolle toda su potencialidad de acción y superación; dejar que el compañero/a se realice, aún ayudarlo/a para que lo logre, sin ponerle trabas, acompañándolo/a y compartiendo sus triunfos.
La sinceridad juega también aquí, un papel importante. ¿Por qué, muchas veces, una vocación o inclinación que fue conocida y aceptada durante el noviazgo, se transforma (inexplicablemente para él o ella) en algo cuestionado y rotulado como una suerte de abandono?
La pareja no puede ser sinónimo de esclavitud o dependencia: pretender dominar o imponer cosas a una persona, hace que ésta se convierta en objeto de aquella. A veces cuesta comprenderlo, pero la libertad une. Cuando no es necesario renunciar a las cosas que forman parte de nuestro mundo, somos capaces de dar más y mejor.
Amor maduro, sinceridad, respeto, libertad de acción, una sexualidad placentera, comunicación sin trabas... estas son premisas fundamentales para que la pareja funcione. No hay dudas que demandan esfuerzo, renunciamientos y objetividad; pero está lejos de significar un imposible.
Sin embargo, es preciso reconocer cuando una situación de pareja se aleja mucho de lo deseado y esperable. Él llega, prende el televisor o se “sumerge” en el diario; o quizás es ella, quien prefiere leer sin intentar ninguna comunicación verbal (“¿para qué?... cuando hablamos terminamos discutiendo”): cada uno en su mundo propio, incapaz de compartirlo con el otro. Se ha formado como un hastío en la pareja, interrumpido a veces, por agrias discusiones sembradas de quejas y reproches. Se ha perdido la alegría de estar juntos, “las cosas andan mal”.
Pero, una pareja armónica, no es aquella que no tiene conflictos: es la que puede solucionarlos. Son sus integrantes, los que frente a un problema, buscan la forma de resolverlo... que pueden estar de acuerdo o no, que intentan el punto de vista de uno y luego el del otro, hasta llegar a una solución intermedia y mejore la situación.
Comentar, discutir, comunicarse, encarar, no negar la sexualidad, expresarse con claridad, asegura sin lugar a dudas, la elección amorosa y constituye el secreto de la convivencia, que, en definitiva, es… aprender a vivir de a dos.
Gabriela Michoelsson (Sicóloga-Sexóloga)
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