Saneando nuestra autoestima
Autoestima es una palabra que se escucha mucho pero… ¿cómo hacer para tener una autoestima sana o saludable?
Podríamos basar nuestra autoestima en nuestros logros... entonces si éstos fueran acordes a lo esperado, nos sentiríamos conformes y más seguros; pero si éstos no lo fueran, nuestra autoestima comenzaría a flaquear.
Surge entonces, que la anterior es una forma muy engañosa de pretender sentirnos bien, porque la realidad es que somos las mismas personas y tenemos el mismo valor... se den o no los logros que esperábamos para nosotros. Si esto no fuera así, valdríamos “por épocas” o por ciertos momentos de nuestra vida, porque a nadie le va bien siempre, ni es exitoso en todo lo que hace.
Por lo anterior, es que resulta beneficioso cambiar esta idea condicionada a los logros por otra más adaptativa, la de autoaceptación.
Si nos aceptamos tal cual somos, vamos a tener una autoestima mucho más saludable. Si nos aceptamos tal cual somos, nos damos el valor que como seres humanos tenemos y hacemos que, el sentirnos bien o mal, dependa de nosotros mismos.
Las metas, ideales o planes que todos tenemos en la vida, son el motor que nos mueve, que nos motiva; pero no tienen que ver con el valor que tenemos como personas. Este es el punto en que nos confundimos y creemos que el valor pasa por conseguir y acumular logros.
Cuando una persona se enfrenta a otra que la desaprueba, con frecuencia su autoestima flaquea. Aquí también hay otro error: ¿por qué la aprobación ajena es más importante que la propia? Esto no debería ser así nunca: a todos nos gusta contar con la aprobación de los demás, pero no podemos pretender tenerla siempre, y mucho menos, que influya en el concepto que tenemos de nosotros mismos. De lo contrario, andaríamos por la vida dependiendo de la buena voluntad ajena, a la hora de evaluarnos.
Lo más importante es que podamos hacernos cargo de nuestra persona y de nuestras decisiones, y que la aprobación más importante sobre nuestras acciones, sea la nuestra.
Cuando juzgamos a alguien (o alguien nos juzga a nosotros), lo hacemos en base a determinados parámetros que tienen que ver con las experiencias que tuvimos, con la educación que recibimos, con la escala de valores que traemos, etc. Pero esto no necesariamente tiene que ser lo mejor para el otro, ya que la otra persona tuvo una vida diferente, experiencias distintas, etc. Y el querer pretender tener la razón o ser el dueño de la verdad, es un error que no debemos cometer, ni tampoco aceptarlo de las demás personas.
Cada persona es su propio juez y esto es uno de los derechos asertivos más importantes, que debemos manejar. Más allá de tener o no la aprobación ajena, cada uno sabe por qué se comporta como lo hace y cuáles son sus razones. Y esto debería ser suficiente.