Del autoritarismo a la libertad
Estos son sólo dos muestras de un fenómeno social, creciente y preocupante, que no tiene una sola explicación. Muchos investigadores, aseguran que la experiencia familiar de los actuales progenitores, ha influido de forma notable.
Hace veinte años, adultos formados con una educación familiar estricta, se estrenaron en la tarea de ser padres o madres, convencidos que había que superar el autoritarismo que habían sufrido. Eso empujó a muchos de ellos a dejar hacer, a no llevar la contraria a su hijo para que no sufriera traumas psicológicos, a no usar los castigos como método de aprendizaje, a satisfacer caprichos, a protegerlos e incluso, desprestigiar en algunos casos a otros educadores, principalmente maestros.
La tolerancia a la frustración y el autocontrol
En la educación de un hijo, no se pueden evadir las normas ni la jerarquía. Un niño aprende que cuando su madre o su padre dicen que no, esa decisión es inamovible. La frustración que le generará es inevitable, pero debe aprender a tolerarla y convivir con ella, porque las normas son precisamente las que le dan seguridad y le enseñan a confiar en un criterio sólido.
Ante una pataleta o un enfado, se le puede ignorar hasta que recobre la calma; pero no celebrar que se ha tranquilizado, ni negar el conflicto. Tras perder el autocontrol y recuperar la tranquilidad, el niño aguarda expectante. La indiferencia le dolerá más que un castigo ponderado, por lo que conviene hacerle ver lo estéril de su comportamiento, con un ejercicio de la autoridad que le permita aprender algo de la experiencia.
Poner límites a las conductas, no a los sentimientos
Los niños necesitan ser guiados por los adultos y para ello, es fundamental establecer reglas con las que fortalecer conductas y lograr su crecimiento personal.
Los límites se deben orientar al comportamiento del niño, no a la expresión de sus sentimientos. Se le puede exigir que no haga algo, pero no se le puede pedir, por ejemplo, que no sienta rabia o que no llore. Los márgenes deben fijarse sin humillar al niño, para que no se sienta herido en su autoestima.
Por eso, no se debe descalificar ("eres un tonto", "eres malo",...), sino marcar el problema ("eso que haces/eso que dices, está mal"). Conviene dar razones, pero no excederse en la explicación. Los sermones no sirven de mucho. Los niños responden a los hechos, no a las palabras. Un gesto de firmeza y serenidad, acompañado de pocas palabras, será más efectivo que un discurso.
¿Por qué nos cuesta poner límites a nuestros hijos?
- Porque no nos sentimos suficientemente fuertes para enfrentarnos a ellos.
- Porque demasiado a menudo somos complacientes con nuestros hijos, para compensar el poco tiempo que les podemos dedicar.
- Porque cuando nuestra autoestima no pasa por su mejor momento, queremos ser aceptados por ellos.
- Porque los adultos (el padre y la madre), se desautorizan mutuamente y siguen líneas de actuación claramente contradictorias.
Pautas para madres y padres
- Dedicar tiempo a los hijos... muchas conductas de los hijos no se controlan, simplemente porque sus padres no están disponibles para atenderlos.
- El niño tiene que aprender que rebasar los límites, puede traer consecuencias negativas para él. En cualquier caso, esas consecuencias deben ser proporcionadas y, de ser posible, inmediatas, para que el niño lo entienda perfectamente.
- En lo posible, las reglas y los castigos deben ser pactados entre los padres y los hijos.
- La disciplina sólo la pueden ejercer adecuadamente los progenitores, que sean capaces de combinar el cariño y el control.
- Conviene recordar que lo que más influye en nuestros hijos, no es lo que les decimos o lo que les hacemos, sino “cómo somos". Por eso, la educación representa no sólo revisar nuestras conductas con ellos, sino nuestra forma de ser como personas.
- Es necesario un buen clima familiar.
- Es normal que los niños prueben “tanteando” a sus padres, para comprobar hasta dónde pueden llegar. Es en ese momento, cuando más firmes deben mostrarse éstos. Si ceden, luego será muy difícil dar marcha atrás.
- Todo ello incluye la necesidad que los padres sean razonablemente flexibles, según las circunstancias y la edad.
- Los efectos de no poner límites, moldean a un niño que nunca tiene suficiente, que exige cada vez más y que tolera cada vez peor las negativas… un niño que crece con una escasa o nula tolerancia a la frustración.
Sahira Rivera Droguett – Psicóloga
Santiago de Chile