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Atar el camello, la historia completa

Atar el camello, la historia completa

Un beduino regresaba a su aldea montado en su camello. De pronto, se desató una tormenta de arena que lo obligó a detenerse y cubrirse totalmente con su túnica, abrazado al animal. Pasaron varias horas hasta que finalmente, la tormenta amainó. Cuando asomó la cabeza, descubrió, atónito, que ya había anochecido. Como pensaba llegar de día, no había traído provisiones y el agua, se le había acabado hacía un buen rato. Además, hacía un frío tremendo, típico de la noche desértica, que rápidamente estaba atravesando sus vestiduras. 

Durante un buen rato, intentó orientarse de todas las formas posibles, pero fue inútil. Corrió de aquí para allá, al principio tratando de mantenerse tranquilo, pero al pasar el tiempo fue perdiendo más y más la compostura, y asustándose cada vez más. Finalmente, tuvo que reconocer que la tormenta había alterado totalmente el  paisaje y que estaba absolutamente extraviado.

Al darse cuenta cabal de su situación, sintió que se le helaba la sangre. Comenzó a respirar incontrolablemente. Sintió que de su cabeza y su espalda brotaba un sudor frío, mientras la idea de estar perdido en el desierto, en la noche y solo, le producía más y más vértigo... hasta que se desencadenó un ataque de pánico. Lo invadió un desasosiego intolerable; una sensación tan espantosa, que lo único que atinó a hacer fue ponerse a gritar, gritar y llorar con desesperación, como si quisiera sacarse miles de hormigas del cuerpo.

Luego de sufrir horriblemente durante un tiempo que pareció interminable, sus energías se agotaron y perdió el conocimiento... al despertar, aunque estaba en la misma situación que antes, tal vez sólo por cansancio, el pánico había pasado y fue sustituido por un estado de estupor, de shock.

Sollozando, se acurrucó, abrazado a su amado y fiel camello... transcurrió así un largo rato... de a poco, su vista fue acostumbrándose a la oscuridad. Así fue que se dió cuenta que muy cerca de donde estaba, la tormenta había desenterrado los restos de un gran arbusto seco. Se levantó, asustado y se acercó, reluctante, a la enorme pila de leña. Para su sorpresa, vió que la tormenta también había desenterrado una formación rocosa de la cual brotaba, increíblemente, un delgado hilo de agua. 

Con la destreza propia de su gente, armó con arena y un cuero destinado a ese fin, un depósito, bajo el chorrito, para recolectar el valioso líquido y en pocos minutos, encendió una gran fogata que rápidamente comenzó a calentar su maltratado ser. Bebió agua y se sentó frente al fuego, ya más tranquilo... cuál no sería su sorpresa, cuando momentos más tarde, vió acercarse al fuego, con su lento andar, una especie de lagarto, que en pocos minutos se asaba en un palo clavado cerca del fuego. Luego de comer, procedió mecánicamente, como todos los días, a realizar sus oraciones y fue en ese momento, que se dió cuenta por primera vez que algo... “eso” mismo que trajo la tormenta, también había traído la leña, el fuego, el agua y el alimento. 

Cobró conciencia de que las fuerzas que controlan todo lo que está más allá de su poder, en realidad no le habían hecho ningún daño... a diferencia de sus pensamientos catastróficos, su miedo y su desconfianza, que a pesar de estar totalmente injustificados, alimentaron su desesperación y lo llevaron a vivir sin motivo alguno, uno de los peores momentos de su vida. Al darse cuenta de todo esto, cambió su percepción: sin cambiar nada afuera, vio todo distinto.

Algo se destrancó en su pecho. En lugar de sentirse solo y abandonado, se sintió conectado, acompañado y cuidado. En lugar de sentirse insignificante e irrelevante, se sintió valioso en su infinita pequeñez. Vio lo absurdo que es vivir tratando de controlar lo incontrolable... lo absurdo que es desconfiar.

Miró a su alrededor, y en la oscuridad nocturna que solo en el desierto y en alta mar se puede apreciar, parecía que las infinitas estrellas que se amontonaban en el cielo, se podían tocar con la mano. El sentimiento de conexión con absolutamente Todo se incrementó, hasta incluir su cuerpo. Una ola de emoción, ahora expansiva, tomó posesión del beduino, que rompió a llorar nuevamente, pero esta vez de puro alivio y felicidad. 

El terrible peso de sentir que era su obligación controlar lo incontrolable, lo abandonó para siempre, haciéndolo sentir liviano, flojito, mansito. Se sintió como un bebito en brazos de un Padre cósmico; y con pureza e inocencia, fue capaz de ir más allá de la lógica y mirar directamente a los ojos, a ese Padre que no es posible ver... y perderse en su mirada... y sentirse amado... y amarlo... su visión pareció expandirse, hasta ser capaz de abarcar infinitas esferas y universos que se desplegaban caleidoscópicamente en una danza atemporal; pero nada de eso llamó en absoluto su atención. Al lado del amor y la paz que sentía, nada llamaba su atención... eventualmente, el sueño empezó a reclamarlo. Había sido una noche muy larga e intensa.

Dulcemente, apoyado en la paz y la confianza recién nacidas, empezó a sentir que sus párpados empezaban a caer. Ya casi dormido, alcanzó a ver a su camello, caminando juguetonamente de aquí para allá cerca del fuego, como si él también hubiera sido bendecido con la alegría de la experiencia que su amo había tenido. Ya casi dormido pensó: “no he atado el camello”, sólo para recordar, en seguida, que su padre celestial estaba allí; que él maneja todo y que no había nada que temer. Con ese pensamiento, se cortó el último hilito de vigilia que le quedaba, y un sueño viejo y descompuesto por los años de vivir con miedo y represión, finalmente fue dejado en libertad. 

Al otro día, la mañana en el desierto era perfecta. El beduino se despertó descansado, con muchas fuerzas, contento y en paz, como nunca antes en su vida. A la luz del día, vio con claridad cómo volver a la aldea. Agradeció interiormente lo vivido el día anterior (tormenta incluida) y se puso a aprontar las cosas para retomar el camino. Pero cuando fue a buscar al camello, se dio cuenta, con sorpresa, que no estaba por ningún lado. Buscó y buscó. Subió a la duna más alta y desde allí llamó y llamó... pero el camello no estaba. Intentó seguir sus huellas, pero la constante brisa del desierto las había borrado. 

Desconcertado, se dirigió a su flamante padre celestial y le dijo: "¡Padre!... ¿y el camello? ¿dónde está el camello? Ahora voy a tener que caminar más de veinte leguas hasta la aldea... ¿no era que tú te ocupas de mis necesidades? ¡No comprendo nada!" Aún antes de terminar de hacer su cuestionamiento, ocurrió algo increíble. 

Desde un nuevo lugar que se había abierto en su conciencia la noche anterior, llegó un claro mensaje que si pudiera expresarse en palabras, diría algo así como: “Hijo querido de mi corazón: yo me ocupo de todas las cosas que están más allá de tu poder. Pero las cosas que están a tu alcance, debes hacerlas tú. Igual que un padre, que sólo debe hacer por su hijo las cosas que aún no puede hacer por sí mismo, para así ayudarlo a crecer. Si yo accediera a satisfacer cada deseo y necesidad tuyas, sería para ti una especie de sirviente todopoderoso. Eso a mi no me costaría nada, pero a ti te transformaría en un inútil, incapaz de valerse por sí mismo. Ahora, sé un buen beduino y hazte responsable de no haber atado el camello, aunque reconoces que antes de dormirte lo pensaste.” “Y por favor, no vivas este episodio con rabia, culpa, ni pensando que hubiera sido mejor que no pasara. Tú no actuaste con mala fe, sino con ingenuidad e inexperiencia. Agrega a todo lo que aprendiste ayer, lo que acabas de entender, gracias al episodio del camello. Haz lo mejor posible para volver a la aldea, suelta el resultado y vuelve a confiar.” “Y ten bien claro que confiar no significa que si sueltas y confías cumpliré tu voluntad, sino que, pase lo que pase, después de haber hecho lo mejor posible, puedes con total confianza entregarte a Mi voluntad y aceptar vivir lo que sea que te toque vivir. Si actúas así, podrás estar siempre en paz, aún en un mundo como el que vives, donde todo cambia todo el tiempo, como las dunas del desierto.”

El beduino hizo silencio y reconociendo la verdad en las palabras que escuchó en su mente, sonrió humildemente, respiró, ahora otra vez con tranquilidad y resolvió, antes de ponerse en marcha, sentarse un rato a agradecer y a escribir en una carta a su “Padre”, unas palabras que reflejaran lo que había aprendido en las ultimas horas, para no olvidarse más. Tomó de su alforja una atesorada libreta hecha con hojas de papiro y una afilada barra de duro carbón y escribió: "Reconozco que si logro algo, no es sólo como resultado de mi poder, ni porque yo decida ni controle todo, sino porque las fuerzas que sí lo hacen, lo conceden por su propia voluntad, no la mía. Reconozco mi incapacidad para controlar, dominar o saber nada con certeza. Reconozco estar indefenso, si sólo de mis fuerzas depende. Reconozco que no tengo certeza de qué se trata nada: qué está bien ni qué está mal, ni qué debe ocurrirme y qué no. 

Reconozco que todo lo que creo saber, poder y tener, me puede ser quitado en cualquier momento sin que pueda yo hacer nada para evitarlo. Reconozco estar a merced del poder que controla todo aquello qué está más allá de mi alcance. Nada pretendo, nada reclamo. No sabría qué. Agradezco que se me permita existir, tener la posibilidad de ser y estar; tener alimento, cobijo, abrigo y todo lo necesario para sostener mi existencia, mientras se me permite existir. 

Ahora veo que mi única obligación es hacer, en cada situación y momento de mi vida, lo mejor posible... lo que esté a mi alcance y después, puedo soltar, confiar y dejar los resultados en Tus manos."

Luego, se levantó y comenzó a caminar tranquilamente hacia su aldea... cuál no sería su sorpresa, cuando al llegar a las puertas de su hogar, vio que lo esperaba, feliz y contento... ¡su adorado y travieso camello!


Cuento adaptado por Leonardo Aronovitz.

Médico, terapeuta, docente.
Contacto: aronovitz@adinet.com.uy
Autor:
https://www.facebook.com/SinHambreYSinExcusas
www.tdemociones.blogspot.com 
www.cincopasos.blogspot.com 

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Comentarios (2)

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Comuna Mujer 11-07-2014

Gracias a ti Blanca, por comentar. Te mandamos un beso grande y te agradecemos que nos acompañes.

Blanca 08-07-2014

Muy buena historia y esclarecedora. Gracias por compartirla!

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