Me pregunto, escuchando a amigas y a pacientes, si existe algo que angustie más, que desnudarse por primera vez delante de un hombre. Es en ese momento, que se nos vienen encima todos los miedos, complejos e inseguridades que tenemos; en parte por el mandato social y el bombardeo cotidiano de imágenes de mujeres aparentemente perfectas.
A veces, esa primera vez se prolonga en el tiempo y seguimos siempre pendientes del "rollito traicionero", de esa marca de nacimiento debajo del ombligo, de nuestra pancita no del todo chata o de las "lolas".
La duda nos asalta justo en el momento en que nos estamos desabrochando el corpiño o sacándonos las medias: "¿Y si se da cuenta de esta celulitis que tengo en este lugarcito de la pierna?"
Seguramente, muchas de nosotras nos sentiremos identificadas con este pensamiento y aún cuando la respuesta que podamos suponer sea: “Sí, pero no le importa”, es raro que escuchemos lo que nos dicen.
Lorena (25 años): "Si un hombre me dice en el momento que estamos por hacer el amor: "¡Que divina que sos, que hermosos cuerpo que tenés!", lo primero que pienso, es que seguramente está muy caliente."
No les creemos. Posiblemente porque cuando miramos a otras mujeres, en general nosotras somos implacables. De este modo, desvestirse, quedarse sin ropa ante los ojos de un hombre, se transforma en una tarea angustiosa que nos arruina el placer y esto, muchas veces nos pasa aunque sea a la luz de las velas, en el medio de una habitación oscura. Sentimos algo así como: "llegó la hora de la verdad". Y no podemos escaparnos. Siempre existirá ese momento donde él nos verá desnudas: cuando sigilosamente nos levantamos para ir al baño o cuando nos acercamos al bollito de ropa a los pies de la cama.
Mariela (32 años): “Me pongo muy mal si estoy con un hombre y tengo que ir hasta el baño desnuda, porque me parece que estoy más que desnuda... mucho más expuesta... que nada puedo disimular."
Muchas mujeres creen encontrar la solución disimulando lo más posible y sufriendo en silencio, pero es así también, como se pierden de disfrutar el placer. Nadie puede gozar plenamente, si está pendiente que no se le note ese "kilo de más", que acumuló su cadera desde el último invierno.
Es indudable que a la hora de juzgarnos a nosotras mismas, somos lapidarias. Nos miramos con los ojos ajenos, en lugar de mirarnos con nuestros propios ojos.
Agobiadas por los modelos que esta sociedad nos impone, comparándonos permanentemente con mujeres imposibles, perdemos de vista lo que somos, como somos, y lo que es peor, creemos que los hombres constantemente nos están comparando con estas mujeres que viven 24 horas pendientes de su cuerpo; porque la mayoría trabaja con él, mientras nosotras, con suerte, solo tenemos un par de horas el sábado, para ir a la peluquería.
Alicia (35 años): “Me vivía comprando conjuntos negros, hasta que mi novio me contó que lo que más lo excitaba de mí, era mi sonrisita... ese gesto de costado, mi sonrisa."
Y realmente muchos de ellos no nos comparan; es más, a veces lo que más les gusta de una mujer, son sus manos. ¡Qué desilusión! ¿verdad? Incluso a muchos, no les gusta lo que los medios dicen que les gusta.
Por eso, es importante comenzar por no mirarnos en un espejo que te dice cómo tienes que ser y cómo le gustas a los hombres. No malgastes energía prestando atención a una exigencia cultural, que hoy decide que tus pechos tienen que ser grandes y mañana, te va a decir que lo importante es ser una tabla de planchar. Creo que la solución no pasa por la camilla del cirujano, ni por esa dieta milagrosa... solo pasa por ti.
Pienso que todas las mujeres, tenemos algún rasgo seductor; algo que a los hombres les gusta. Pero sucede que tomamos el camino equivocado: para que les gustes, primero tenemos nosotras que verlo y reconocerlo. La panza dura, los muslos firmes, los labios turgentes, los pechos bonitos, las narices perfectas, son características bienvenidas. Pero no son sólo estas partes del cuerpo las atractivas: de pronto un cuello largo, manos delicadas, uñas arregladas, una sonrisa, nuestra forma de movernos, de sonreír, de alisarnos el pelo.
Estar desnudas aterra, muchas veces, porque nos sentimos sin estructura. ¿No sería mejor sentir que somos un conjunto y que como mujer total me muestro tal como soy, sin esconderme?
Lic. Diana M. Resnicoff
Psicóloga Clínica. Sexóloga Clínica.
Tel: (54-11) 4831-2910
email: dresni@gmail.com
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