Cuenta la historia de tu creación,
que una noticia esperada fecundó
un óvulo de aire
en los pulmones del Hombre,
y así fue que te gestaste.
Tu alumbramiento fue casi instantáneo,
y tu alivio trajo consigo,
la felicidad de un hijo al mundo.
Con los diferentes nacimientos
fuiste tomando otras formas
tristeza, añoranza, cansancio,
pero tu esencia
permaneció siendo la misma;
la de ser, sentimiento de aire.
Ventolina de inicio profundo,
vas subiendo
serenamente
por el cuerpo,
hasta que al salir tomas impulso,
llevando contigo un sentimiento.
Si una mirada perdida te acompaña,
entonces, sin mediar palabra,
nos hablas de un amor añorado,
y al salir tu viento,
dibuja corazones, en la arena del aire.
Manifiesto pacífico de descontento
allí,
en lo más íntimo,
tu existencia desea,
convertirse en susurro.
Y cuando el ansia encuentra
la respuesta esperada,
también sobrevienes,
desde lo profundo,
y tu soplo afloja andamios
aún, en el más tenso esqueleto.
Los niños no te conocen,
en ellos no moras,
hace falta el paso de la vida
para transformar aire en suspiro.
Quien no vive,
quien no ama,
quien no añora
tiempos mejores o vidas mejores,
no llegará a conocerte.
Tampoco te conocerán
los eternamente felices,
pues no necesitan
de tu cambio de ritmo,
ni siquiera en la muerte podrán conocerte,
porque han conocido,
la inmortalidad del espíritu.
Dichosos lo que padecen la necesidad de otra vida,
porque ellos te nacen,
te crecen
y te viven,
hasta que llega el momento
de salir al encuentro
de palabras,
lágrimas,
sonrisas
o de causas perdidas.