El bienestar, así como el equilibrio interior, no es algo que varíe por sí mismo al igual, por ejemplo, que lo hace el tiempo. Las emociones condicionan nuestra calidad de vida, siendo ellas también las que median en la calidad de las propias decisiones y elecciones. Teniendo esto en cuenta, es importante conocer las actitudes emocionales que limitan nuestra felicidad y que debemos empezar a trabajar desde hoy mismo.
Ya lo dijo el propio Daniel Goleman en su libro “Cómo ser un líder”: al menos un 80% del éxito que alcancemos en nuestra vida, depende de nuestra habilidad para gestionar las emociones. Ahora bien, con éxito no se refería en exclusiva a alcanzar un puesto de relevancia en nuestras esferas laborales… no se trata tampoco de la habilidad para convertirnos en personas de referencia o en ser unos gurús indiscutibles, en determinadas competencias.
Hablamos, en esencia, de algo más simple: de ser felices. Porque la felicidad (y esto lo acabamos descubriendo tarde o temprano), no se encuentra ni aparece un día a la puerta de casa, en compañía del correo: la felicidad es un estado interior que debe trabajarse a diario como un delicado jardín. Hay que eliminar las malas hierbas, hay que sembrar determinadas semillas, hay que podar con acierto unas ramas y no otras, y hay que saber aportar a esa tierra, adecuados nutrientes.
Saberlo, ser competentes en materia de inteligencia emocional, nos puede allanar innumerables caminos.
Ahora bien, en ocasiones, lejos de actuar con esa templanza de quien ha adquirido buenas herramientas en este saber, nos dejamos llevar… nos limitamos a ir a tientas, actuando por instinto, y mediados casi siempre por una educación ineficiente en lo que a emociones y sentimientos se refiere.