Isabel: - Hola Eva, ¡menos mal que llegaste a tiempo! Ese vestido negro te queda muy bien. ¿Cuándo te cortaste el pelo?
Eva: - Hace como dos años. Y vos, ¿por qué estás tan desaliñada?
I: - ¿Qué te parece? Con todo lo que he pasado con Eduardo, no he tenido tiempo ni de mirarme al espejo. De todas maneras, vos siempre fuiste la elegante y detallista, mientras que yo he preferido andar más natural.
E: - No me explico qué sucedió. Hasta los dieciocho años éramos dos gotas de agua. Estábamos acostumbradas a vestir igual, usar los mismos colores, los mismos zapatos.
I: - ¿Te acordás cuando Eduardo me cantaba “Despeinada”? Ya ves, se enamoró de mí como era.
E: - Bueno, eso de que se enamoró, entre comillas, porque en realidad cuando nos presentaron, él se fijó en mí. Aún recuerdo su mirada penetrante y ausente del entorno.
I: - ¿Qué querés decir? ¿Que me confundió contigo cuando se me declaró? ¡No puede ser que todo gire alrededor tuyo! Algunas veces los demás también somos protagonistas. Yo no recuerdo bien cómo me miró ese día, pero sí te aseguro que en los días que siguieron, demostró su interés en mí.
E: - ¡Mirá vos!... te creías la más atractiva. Pues te diré que el mismo día que nos presentaron, a la noche nos encontramos en un bar. Así fue el comienzo de nuestro romance.
I: - No puedo creer lo que estás diciendo. Y en este momento no se lo puedo preguntar. Lo único que puedo asegurar,l es lo que yo viví con él y me acuerdo que a la semana siguiente de conocernos, ya éramos novios. ¡Es evidente que me eligió a mí!
E: - ¡Qué tarde más linda! El cielo límpido, el sol queriendo atravesar las hileras de álamos y esta sombra de los cipreses que nos refresca.
I: - Como siempre te evadís…
E: - No es así. Al mismo tiempo, nosotros también teníamos una relación muy fuerte. Al mes de conocernos, nos fuimos de vacaciones a Río. ¿Recordás aquél congreso de Técnicos Agropecuarios al que él debía asistir? Bueno, esas fueron nuestras vacaciones en Río de Janeiro. Y ¿recordás aquel retiro en San Gregorio? Fui con él de paseo. No sé qué excusa te dio.
I: - Lo que me estás diciendo es muy difícil de creer, tampoco tendría sentido que me mientas en este momento… ¡después de todo se casó conmigo!
E: - Yo no miento ni invento historias. Te digo lo que pasó. Es cierto, se casó contigo, pero luego de varios años, cuando estabas embarazada de Rosina, volvió a mí.
I: - ¡Qué estúpida fui! De a poco voy entendiendo las llegadas tarde, las críticas veladas a mi apariencia con ropa básica. ¡No entendía por qué tuvo el accidente en esa ruta! Me resultaba rarísimo que estuviera llegando a Salto, cuando se durmió manejando. Yo creía que iba a un establecimiento en Rivera… te debe haber resultado fácil competir conmigo. Mientras tenías tiempo de arreglarte el pelo y las uñas, yo corría después del trabajo a buscar a mis hijos al colegio y a preparar la cena. Y él no podía volver temprano, porque siempre tenía alguna reunión, cursos, sus vueltas del campo... ¡qué sé yo! ¡Qué hijo de puta! ¿Cómo pudo sostener tantas mentiras durante tantos años?
E: - En eso, yo también soy culpable.
I: - Está empezando a llover.
E: - Vamos, ya todos se alejan. Quiero decirte algo, que a mí me costó entender. ¡Todo fue inevitable! Lo conocimos al mismo tiempo y nos enamoramos al mismo tiempo. Él no sabía de quién estaba enamorado. La gente nunca sabía quién era quién. Recordá aquel examen de matemáticas que vos rendiste por mí y aprobaste con muy bueno, ¡cómo nos divertimos! Somos iguales, es el problema de las gemelas.
I: - ¡Esa es mi hemanita! ¡Dice la verdad después de veinte años, cuando ya no puedo hacer nada!
E: - Ah, no empecés a llorar.
I: - Eva, cuando viniste me sentía abatida, sin fuerzas para seguir, pero en este momento… ¿sabés una cosa? ¡De pronto me siento aliviada! Mis hijos están grandes, ya no tengo que desvelarme por un hombre que siempre volvía “agotado de viajar”. Ahora, bien muerto está.
………………………………………………………………………………………….
E: - ¿Hola?
I: - ¡Eva! ¿Cómo estás? ¡Hace casi un año que no sé nada de vos! Quería hablar contigo, para invitarte a una reunión en casa. Te cuento que hace unos meses conocí a Pedro, el padre de un amigo de Rosina. También es viudo, estamos saliendo y nos llevamos muy bien. Esta reunión es importante, porque si bien se conocen, nunca estuvimos todos juntos. ¿Qué te parece si venís a acompañarnos este domingo?
E: - ¡Sí, encantada! ¡Hasta el domingo!
Lylián Rodríguez Méndez
Cristina Pichel Dutra
Autoras
Derechos reservados.
Debajo más cuentos de la autora.