La violencia contra la mujer se naturaliza transmitiendo y consolidando en la sociedad determinados discursos, creencias o mitos que desvirtúan la verdadera dimensión del problema y que minimizan la gravedad de las actitudes sexistas, pese a que pueden provocar la muerte de las mujeres agredidas.
Estos discursos operan como argumentos en la naturalización o normalización de la violencia que se ejerce sobre las mujeres, ya que con ellos se intenta dar una explicación no racional a la realidad. Algunos de los más comunes se pueden ver en el siguiente cuadro realizado en base a la información recogida de la red uruguaya de lucha contra la violencia doméstica y sexual en (2015):
Mito - El maltrato a la mujer es un fenómeno que solo se da en los niveles económicos y educativos bajos.
Realidad - Ocurre en todos los niveles educativos, sociales y económicos.
Mito - El maltrato psicológico no es tan grave como el físico.
Realidad - Este tipo de maltrato puede ser más incapacitante que el físico y si es continuado en el tiempo, puede provocar desequilibrio emocional.
Mito - A las mujeres que son maltratadas les debe gustar, de lo contrario no lo permitirían.
Realidad - La conducta violenta es responsabilidad de quien la ejerce. Lo que en realidad sienten las mujeres es miedo, indefensión, culpa, vergüenza... eso les impide pedir ayuda.
Mito - Las mujeres maltratan igual que los varones.
Realidad - Se trata de un fenómeno distinto: el tipo de violencia que ejercen y el significado social de la misma es diferente (Lorente, 2001) y además, la violencia machista tiene como fin el control y dominio de la mujer (Jacobson y Gottman, 2001).
Mito - El maltrato a la mujer es fruto de algún tipo de enfermedad mental.
Realidad - Solo en un bajo porcentaje de los agresores existe enfermedad mental. Lo que sí está demostrado es que, tras el maltrato, es la mujer la que puede padecer problemas psicológicos.
Mito - El consumo de alcohol u otras drogas es la causa de las conductas violentas.
Realidad - Pueden actuar como desencadenantes o como excusas, pero no son la causa. Hay muchas personas que beben y toman drogas y no maltratan, y hay maltratadores que ni beben ni consumen drogas.
Mito - La conducta violenta es algo innato, que pertenece a la esencia del ser humano. Los varones son violentos por naturaleza.
Realidad - La violencia se aprende a través de modelos familiares y sociales. La mayoría de los que ejercen violencia sobre la pareja no son violentos fuera del hogar. Además, se pueden aprender formas no violentas de resolución de conflictos.
Mito - Si una mujer ama y comprende suficientemente a su pareja, logrará que él cambie y deje de maltratarla.
Realidad - El problema del maltratador no es la falta de cariño o comprensión.
Mito - Lo más importante para la familia es que los hijos/as se críen con su padre y con su madre en el mismo hogar.
Realidad - Lo más importante para el desarrollo es crecer en un ambiente amoroso y libre de violencia. El ser testigo de la violencia, es un factor de riesgo. También los niños y las niñas son víctimas.
Mito - Si hay violencia no puede haber amor.
Realidad - Al menos al comienzo de la relación, la violencia suele desencadenarse por ciclos, no de forma permanente. Generalmente es un amor adictivo, dependiente, posesivo y basado en la inseguridad.
Mito - La violación ocurre a manos de extraños.
Realidad - La mayoría de las violaciones son cometidas por varones a quienes las mujeres conocen o en quienes confían.
¿Cómo se puede detectar una situación de violencia doméstica?
La violencia empieza de manera sutil: tomando la forma de agresión psicológica que consiste en atentados contra la autoestima de la mujer. El agresor la ridiculiza, ignora su presencia, no presta atención a lo que ella dice, se ríe de sus opciones o sus iniciativas, la compara con otras personas en forma peyorativa o degradante, la corrige en público. Inicialmente estas conductas no parecen violentas, pero ejercen un efecto igualmente devastador sobre la mujer, provocando un debilitamiento progresivo de sus defensas psicológicas: la víctima comienza a tener miedo de expresarse o de hacer algo por temor al agresor; se siente deprimida y débil.
En segundo término, aparece la violencia verbal que refuerza la agresión psicológica. El agresor insulta y denigra a la mujer; la ofende; la llama «loca»; comienza a amenazarla con infringirle daño físico o maltratarla y luego con suicidarse, lo que crea un clima de miedo constante. La ridiculiza en presencia de otras personas, alza la voz o le grita acusándola por cualquier nimiedad, de tener la culpa de todo. En muchos casos, la mujer llega a un estado de debilitamiento, de desequilibrio emocional y de depresión que requiere atención psiquiátrica; aunque generalmente es tratada con psicofármacos sin llegar al fondo del problema.
Finalmente aparece la violencia física. El agresor toma a su pareja del brazo y se lo estruja; a veces finge estar jugando para pellizcarla, producirle moretones, jalarle el cabello, empujarla, golpearla. En algún momento la golpea con la mano abierta, después siguen las patadas al cuerpo, los golpes a puño cerrado y el uso de objetos para lastimarla. En medio de toda esta agresión, le exige tener contactos sexuales y a veces la viola cuando ella está dormida.