La violencia doméstica o violencia intrafamiliar, se da cuando alguien la ejerce en forma física con actos violentos como golpes, gritos, hostigamiento, acoso sexual o intimidación contra uno o más miembros de la familia.
Las más frecuentes son hacia la mujer y también, hacia los hijos. La mujer suele esconder este hecho por vergüenza y por temor a ser juzgada por los familiares, vecinos, sociedad. Los hijos, porque la figura de sus padres está asociada a la autoridad y les resulta difícil entender dónde están los límites, sobre todo cuando uno es el agresor y el otro, lo permite.
También existe la agresión de la mujer hacia el hombre, pero es menos denunciada porque el hombre siente que lo van a juzgar como débil. Es parte del estereotipo machista que socialmente considera a la mujer como el sexo débil y por lo tanto, incapaz de ejercer violencia.
Cualquiera sea la forma de violencia intrafamiliar, trae graves consecuencias para todos: desde trastornos depresivos, estrés post traumático, crisis de ansiedad, intentos de suicidio... también faltas al trabajo y a todo tipo de actividades sociales. Las víctimas pueden caer en el consumo de alcohol o drogas, como formas de sobrellevar la situación.
Este hecho genera baja autoestima, inseguridad, compromete el desarrollo futuro de la persona.
Cuando se da del hombre hacia la mujer, se observa como un intento de dominación y control. En general, el agresor tiene alteraciones psicológicas como la falta del control de la ira, carencia de habilidades para resolver problemas, impulsividad, problemas de comunicación y de expresar adecuadamente las emociones... probablemente es alguien con características de personalidad borderline o antisocial.
Cuando hay hijos, este modelo lleva a perpetuar ese círculo, porque los hijos aprenden estas conductas como modelo normalizado y pueden tender a repetirlas. El varón puede aprender a tener una actitud agresiva hacia el sexo opuesto y la niña, puede creer que tiene que aceptar ese modelo en forma pasiva, porque lo ve en su madre. Afecta mucho la autoestima de quienes viven este tipo de situaciones, que en general la padecen durante años.
Los rasgos más visibles del maltrato, son los golpes y los asesinatos. Hay que tratar de identificar precozmente este tipo de violencia en las relaciones, ya que generalmente va en aumento y cuando se quiere dar marcha atrás, ya es demasiado tarde.
La violencia tiene un ciclo de escalada: empieza de a poco y va subiendo en intensidad, hasta que se llega al acto violento propiamente dicho. Luego se da el arrepentimiento, querer arreglar la situación, pedir perdón, etc. Cuando la pareja lo perdona, están un tiempo bien hasta que comienza el ciclo nuevamente y así sucesivamente, donde cada vez la violencia es más grave, hasta llegar a extremos como la muerte.
Las causas pueden ser muchas: inadecuada tolerancia a la frustración, falta de control de los impulsos, modelos de relación posesivos (donde se cree que el otro es una pertenencia y no se lo ve como un individuo en sí), incapacidad de tener vínculos afectivos sanos, modelos parentales agresivos como referencia, drogas, alcohol, trastornos o enfermedades psicológicas o psiquiátricas, etc.
La violencia no es un asunto privado que puede quedar en las paredes de una casa... es un asunto social y de derechos humanos. No se debe ejercer, ni tolerar.
Un aporte de:
Ps. Silvia Cardozo
Terapeuta Cognitivo Conductual
Mail: ensil@adinet.com.uy