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Una caminata diferente (relato corto)

Una caminata diferente (relato corto)

Hoy voy a caminar... necesito hacer ejercicio y el clima es apropiado para caminatas.

Me paro un momento en la entrada de mi edificio a mirar la gente que pasa.

¡Ah!, qué lentes lleva ese joven, bueno no tan joven. Lo alcanzaré. Camina algo rápido. Me emparejaré a su lado y podré ver más de cerca eso tan especial.

 ¡Ay!... un árbol, quedé atrás. Voy a apurarme, ya se adelantó.

Ahora sí, ya estoy a su lado. Debo decir algo o quién sabe qué pensará de mí.

– Señor, perdón, qué lentes tan lindos lleva, ¿tienen radio y celular?

– ¡Qué decepción! No se preocupe. - Mi cara debió cambiar. - Para mí es un alerta, si usted se dio cuenta, los ladrones estarán al acecho.

– ¡Ay!, perdón por mi indiscreción. Es que me parecieron fantásticos. Llamaron mi atención los cristales tornasol con las patillas naranja. No vi aros ni bisagritas y me pregunté ¿cómo se sostienen esos cristales? Después al caminar a su lado descubrí la tecnología, ya sabía de su existencia.

Se detuvo por mí, se los sacó para explicar algo. ¡Madre mía! ¡Qué ojos celestes! ¡qué pestañas castañas!

– Es cierto lo que dijo. Ve esta patilla derecha, se corre esta traba y enciende la radio, solo FM. Aprieto el primer botón, este, cerca del armazón y cambia la estación y así, todas las veces hasta encontrar la frecuencia que me guste. - El armazón es transparente por eso no lo vi. -

– ¡Espectacular, espectacular!

– Se apaga corriendo la traba en sentido inverso.

– ¡Fantástico!

– En la patilla izquierda está el celular. Como observará, ocupa toda su extensión. Para prenderlo aprieto el primer botón, este, y ya está conectado. Si alguien llama lo escucho y si no quiero contestar, espero a que grabe el mensaje y en algún momento al llegar a casa, le pondré más atención. Si me interesa hablar en ese momento, aprieto el segundo botón y se acciona el micrófono. ¿Ve? Este.

Ya no ponía mucha atención al funcionamiento, miraba el flequillo rubio sobre el costado izquierdo de su frente. ¡Madre mía! y ¡qué coiffeur!, tiene una flor recortada bajo la sien derecha. La izquierda tal vez tendrá otra. Sería insolente si le pido verla.

– Realmente sensacional, los avances tecnológicos son grandiosos. ¿Los chinos verdad?

– Tecnología japonesa, aunque los chinos también la tienen. Seguimos caminando, voy hasta la rambla.

– Yo también. ¿Dígame, cómo los adquirió?, si no es mucho preguntar.

– A través de internet, se los pedí a mi despachante de aduanas que tiene una casilla en Florida, Miami y de ahí viene a Uruguay.

– ¡Ah!, me imagino que su casa está al completo con lo tecnológico.

– No, me falta un robot que haga de mucama para tener limpio y en orden el apartamento. Yo no estoy en todo el día, así que, mi empleada viene solo una vez a la semana, no permito extraños solos en mi hogar.

– ¡Ah!, no tiene señora o compañera.

– No, se fue hace un año.

– Lo lamento.

– No lo lamente, ya lo superé y me sirvió de experiencia. Se fue porque no soportaba que le dedicara tanto tiempo a lo tecno y que los fines de semana la casa estuviera llena de amigos. Se fue con otro.

– ¡Ah!... Lo dejó por otro. 

Si tuviera veinticinco años menos…

– Fue mejor así, murió hace poco de un cáncer de páncreas no detectado a tiempo. Yo hubiera sufrido mucho de estar a su lado.

– Supongo que su trabajo tiene que ver con el interés por los aparatos de última generación.

– Soy Ingeniero de Sistemas. Y ¿usted a qué se dedica?

– Soy escritora, sin más preocupación que las letras. Y ¿usted lee?

– Muy poco. ¡Qué interesante lo suyo!

¡Qué hombros! Y ¡qué brazos! Las manos, ¡qué delicadas! Debe medir como un metro ochenta y cinco. ¡Ah!, qué pies más grandes.

– Si le cuento la historia de mi vida tiene para una novela.

– ¿Es tan jugosa?

– Bueno, no es que sea como las frutas, no es muy fácil de digerir.

– Dígame... me quedó una pregunta por hacerle. Si su empleada va un solo día y vive solo, ¿cómo se arregla para mantener todo en orden?

– Ja, ja, ja. Todo lo contrario, de ahí, mi preocupación por un robot. Por ahora, me arreglo con la aspiradora inteligente para los pisos, pero arriba está el caos. El seca vajilla siempre está lleno y las piletas de la cocina con montañas de todo tipo de utensilios. La mesada no da abasto. La cama sí, la ventilo y hago todos los días, no me pidan nada más.

– Y ¿la comida?

– Vuelvo para la cena, así que, retiro los congelados del freezer o traigo alguna pizza que compro cuando vengo de regreso. Después, me pongo a cumplir con mi trabajo particular.

– Eso no es vida, solo trabajar, no es sano. Supongo que tendrá vacaciones en el Caribe, algún crucero o algo más.

– ¿Solo?, no me pasa por la cabeza. Y mis amigos son todos casados con hijos. Siempre me invitan a sus casas de veraneo, pero no es para mí estar en familia, que no es la mía.

– Entonces, ¿tiene algún familiar?

– No, en Uruguay no tengo a nadie.

– ¡Ah!, le hace falta una compañera. Tal vez si viajara solo, la encontraría.

– No lo creo, me gusta más un encuentro casual como el nuestro. ¿Le gustaría salir conmigo a cenar el sábado?

– Eh, eh, bueno, creo que debo aclarar. Mi atrevimiento no fue en busca de una conquista.

Si tuviera veinticinco años menos, no me lo pierdo.

– No me mal entienda, yo no pensé eso en ningún momento. Es que usted me resulta muy agradable. ¿Cómo se llama?

– Lili, digo Luciana, pero me dicen Lili. ¿Usted cómo se llama?

– Reinaldo. Lili, ¿aceptaría ir a cenar el sábado? Sería un buen restaurante, algo fino, con música suave, lindo, como usted.

¡Qué calor!, siento vergüenza, ¡qué loca he sido!

– Debo pensarlo, soy muy mayor para hacerle compañía. Pienso que quedaría mal visto. Deme su teléfono, lo llamo si acepto.

– No tengo prejuicios de ningún tipo. Me sentiría halagado poder salir una noche con alguien interesante como una escritora y además, linda. 

– Muchas gracias por el cumplido. Hasta pronto.

– Espero su llamada.

Espere, sí espere, sentado. Voy a seguir caminando.



Autora:
Lylián Rodríguez Méndez

Debajo, más cuentos de la autora.

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